La zafia ojeriza a «lo privado»
El hiperbólico fervor de nuestro Gobierno por «lo público» contrasta con las lecciones económicas y hasta morales de la historia
Trece años. Ese era el tiempo de lista de espera en la República Democrática Alemana para hacerse con un Trabant. Se trataba del coche más común en aquel paraíso comunista (donde los vecinos se espiaban entre sí y algunos hijos llegaban a denunciar a sus padres ante la Stasi por desviacionistas). El cochecito presentaba una carrocería de fibra de plástico y un motorcito de dos cilindros. Los propios alemanes del este lo definían con una frase poco alentadora: «Es una bujía con un techo». Pero era lo que había.
Mientras tanto, en la capitalista Alemania Occidental el coche más popular era el irrompible Volkswagen tipo 1, el famoso «Escarabajo», pero también se fabricaban los grandes vehículos Mercedes, BMW y Porsche. Los coches suponen una perfecta metáfora sobre cómo evolucionaron idénticos ciudadanos alemanes cuando fueron sometidos a dos sistemas políticos diferentes. La República Federal Alemana floreció, mientras que la RDA se mantuvo en la grisura de la igualación a la baja, del reparto estatal de la mediocridad.
Lo curioso es que el experimento socialista ha acabado siempre igual cada vez que se ha probado. Por eso los inteligentes chinos optaron por hacerse capitalistas, aun manteniendo la férrea dictadura del Partido Comunista («Gato blanco, gato negro, lo importante es que cace ratones», decía Deng Xiaoping, que comparado con el actual autócrata chino casi parecía un aperturista). El imperio económico del Estado, cuyo extremo es el comunismo, acaba lastrando la economía de manera indefectible. Además, tiene secuelas morales: cuando se recorta la iniciativa económica de las personas, el siguiente paso es restringir sus derechos y libertades, nunca falla.
¿Por qué funciona mejor lo privado que lo público? Pues porque en el mundo de la iniciativa privada se da cabida de manera abierta a dos pulsiones connaturales a los seres humanos: el afán de ir a más y el temor al castigo. Los seres humanos no somos ángeles. Somos capaces de maravillosas acciones caritativas, ciertamente, pero nuestro principal motor es el interés personal, el egoísmo del propio beneficio. En el mundo público desaparece el temor a perder el puesto y tampoco se le da el premio debido a aquel que más se esfuerza. Es una suerte de modelo comunista, donde la iniciativa pierde fuelle. ¿Tienen algún seguro médico? No falla: llamas a sus telefonistas y te atienden con interés y amabilidad. Telefoneas en cambio a tu ambulatorio público y casi te perdonan la vida para darte la información más nimia.
Cuando llegó la calamidad de la covid, ¿quién inventó finalmente las vacunas que funcionaron? Los laboratorios privados. ¿Son las empresas que dominan el mundo, Amazon, Apple, Microsoft, Meta, Alphabet… obra del Estado? No, las crearon jóvenes estadounidenses con una visión intrépida. De chaval tuve la ocasión de viajar con mis compañeros de universidad por Yugoslavia, poco antes de que se hiciese añicos. Había una tímida apertura, pequeños test capitalistas. Por ejemplo, con bares del Estado y privados. Huelga decir cuáles eran los mejores y más atentos…. Siempre es así.
Resulta un tanto cansina y zafia la letanía de nuestro Gobierno de socialistas y comunistas de condena de «lo privado» y elogio hiperbólico de «lo público». Ese discurso está tan tatuado a fuego que a veces los lleva al ridículo. El viernes le preguntaron a Marlaska en una televisión si apagar los escaparates de los comercios por las noches no generaría inseguridad. Su psicodélica respuesta consistió en decir que «la seguridad no es una competencia de las empresas privadas, como dice la derecha». Quien así responde es un ministro que aprobó en su día las oposiciones de juez, se supone que es de los listos del Gobierno… Pero si te afilias a la secta del igualitarismo rencoroso es imposible no acabar desbarrando.