Nuestros asesinos de guardia
Habrá quien quiera justificar esa ocupación diciendo que en realidad Crimea siempre fue rusa. Pero lo cierto es que hace 31 años Rusia reconoció una independencia de Ucrania en la que estaba incluida la Crimea a la que los soviéticos invitaban a veranear a Santiago Carrillo
Comprendo que no queda bien que los columnistas de El Debate glosemos y resaltemos la importancia de algo que han escrito articulistas de este periódico la víspera. Discúlpenme, pero hoy voy a hacer igual que lo escribe en estas páginas mi colega Alfonso Ussía. Él rinde tributo al sólido texto publicado ayer de José Ignacio Palacios Zuasti «El Lenin de los ojos azules» sobre Francisco Largo Caballero, ese personaje sobre el que la Ley de la Memoria Histórica, la de la Ley de la Memoria Democrática y la indecencia de este Gobierno no impiden el que tenga una gran estatua en la avenida más relevante de Madrid.
Pero yo quiero llamar la atención sobre el texto publicado «En Primera Línea» de El Debate por mi admirado colega Emilio Contreras sobre los aliados en España de Vladímir Putin al hilo de cumplirse seis meses de la guerra de Ucrania. Sobre lo que pasa allí se puede discutir respecto a quién va ganando el enfrentamiento, cuánto territorio ha conquistado o perdido cada uno y quién tiene razón y quién no. Lo que no es discutible es quién atacó el pasado 24 de febrero. Ni quién lanzó una ofensiva el pasado 2014 para ocupar la península de Crimea. Habrá quien quiera justificar esa ocupación diciendo que en realidad Crimea siempre fue rusa. Pero lo cierto es que hace 31 años Rusia reconoció una independencia de Ucrania en la que estaba incluida la Crimea a la que los soviéticos invitaban a veranear a Santiago Carrillo, el preclaro demócrata de Paracuellos del Jarama.
Emilio Contreras nos ha puesto sobre la mesa la evidencia de cómo la izquierda podemita, personificada en seres como Ione Belarra y Pablo Iglesias, y la extrema derecha europea, encarnada en seres como Marine Le Pen o Mateo Salvini, han guardado un silencio culposo que no denunció lo que ocurría en Ucrania desde el primer minuto. Ellos tienen una responsabilidad moral sobre los miles de muertos que se acumulan en esta guerra. Y que sólo pueden ser culpa de quien lanzó la agresión: Vladímir Putin. En las guerras puede haber ataques justificados cuando hay tras ellos una estrategia defensiva. Pero en Ucrania es inverosímil pretender sostener que Rusia la invadió como defensa frente a una potencial invasión de Rusia por Ucrania. En esta guerra ha habido una agresión y es imposible discutir seriamente quién fue el agresor.
Hubo un tiempo en que las guerras tenían consecuencias muy serias en los tribunales. La serie El proceso de Tokio o Tokyo trial, en inglés, que actualmente puede verse en Netflix es un buen ejemplo de la complejidad de llegar a conclusiones ciertas sobre la culpabilidad en una guerra. Pero en el caso de Tokio se llegó a penas de muerte que difícilmente son discutibles con la legislación entonces vigente. La duda es si no deberían haber incluido en esa pena final a más procesados.
En el caso de Rusia y Ucrania los agresores se salvan por el truco legal de que no han hecho una declaración de guerra y eso hace casi imposible un tribunal de guerra sobre lo que está sucediendo. Pero guerra hay, quién puede discutirlo. Y ojalá algún día un tribunal internacional y objetivo pida cuentas a todos los que, como dice mi amigo Contreras, han avalado la invasión y las muertes en Ucrania. También a los españoles que son nuestros asesinos de guardia en esa guerra. La ministra Belarra y el exvicepresidente Iglesias, por ejemplo. Como muy bien hubiera dicho el conde de Romanones, ¡joder, que tropa!