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Vidas ejemplaresLuis Ventoso

Ni Ana Blanco sobrevive al sanchismo

La incombustible presentadora teflón, que había sobrevivido a cuatro presidentes, se cae del 'Telediario' tras 32 años

Actualizada 11:33

En España había cuatro o cinco cosas que parecían indestructibles: la tortilla de patata, la envidia, El Corte Inglés, el Real Madrid y Ana Blanco López dando el parte en el Telediario de TVE. Era como el teflón, ese material que todo lo soporta. Pero ahora, a sus 61 años bien llevados, la presentadora bilbaína dejará de ser el rostro de los informativos de la televisión pública.

Ana Blanco debutó contando la primera guerra de Irak y sobrevivió a cuatro presidentes (y a los sindicatos de RTVE, que según me ha relatado algún colega de la casa son algo así como meter un pinrel en un tanque de pirañas). Toda una proeza los 32 años de Blanco en el Telediario, porque vivimos en un país cainita, donde cuando cambian los gobiernos se releva hasta a los directores de los coros y los jefes de la poli municipal. Dicen que la presentadora se va de motu proprio. Pero casualmente ha caído en la etapa del presidente más intervencionista y con menos escrúpulos de nuestra democracia, aquel que prometió en su primera investidura «una televisión pública independiente y plural», para acto seguido someterla a sus intereses con un descaro inédito. Con Sánchez se ha batido de largo en TVE el entusiasmo de Urdaci con Aznar.

Existen varios tipos de presentadores de televisión. Unos son puros bustos parlantes, dotados sin embargo de una aureola de credibilidad que hace que el público los encuentre muy fiables. Otros, además de leer las noticias con aplomo, son también periodistas de criterio, capaces de improvisar con maestría y hacer entrevistas agudas. Siempre me ha parecido, y es una opinión perfectamente discutible, que Ana Blanco estaba más cerca de los primeros que de los segundos. Era enormemente segura en su papel, sobria y exacta, pero cuando le tocaba entrevistar sus preguntas resultaban bastante ramplonas. Su longevidad guarda también relación con que logró no significarse políticamente. Supo ponerse un poco de canto en el bipartidismo, nadar y guardar la ropa. Un logro singular, porque en España hasta los jueces llevan, por desgracia, la pegata de un partido político en la frente.

Se va Ana Blanco y cuando escribo no han anunciado quién la suplirá. Pero no hay que poseer el conocimiento de Walter Cronkite, el gran mito de la televisión estadounidense, para pronosticar que será sustituida por una mujer, y para más señas, joven y cercana a la sensibilidad del régimen «progresista». Las cosas funcionan así hoy en España, donde la berlusconización de la televisión convirtió además los informativos televisivos en una especie de pasarela de beldades.

Aunque Ana Blanco me da un poco igual, me habría gustado que continuase. Por respeto al magisterio de la edad y porque suponía, a su modo, un pequeño símbolo de continuidad en un país donde faltan cada vez más agarraderas comunes. Tiramos nuestra historia y nuestros personajes públicos demasiado rápido a la basura, presos de la alergia a las arrugas y de un apetito voraz de nuevas sensaciones… de usar y tirar.

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