Novatada ante el gran trilero
Yendo por delante en las encuestas, el PP no necesitaba pedir un debate en el que Sánchez podía hablar sin cronómetro mientras Feijóo estaba totalmente atado
En las pelis, cuando el malo secuestra a la chica, el bueno sale al rescate sin miedo a nada, sin calibrar un segundo sus posibilidades. Le da igual estar magullado, encontrarse totalmente desarmado frente a una docena de forajidos con bazokas. El bueno se sobrepondrá a todo y pese a su abrumadora desventaja salvará a la chica. Pero eso solo ocurre… en las películas. En la vida real, si aceptas un duelo enormemente desigual estás comprando boletos para que te macen.
La chica en nuestra política se llama España. Ahora mismo está en manos de un Gobierno bastante chapucero, encamado con los peores enemigos del país (los separatistas), enfrascado en un programa de ingeniería social con sesgos autoritarios y dirigido por un presidente que cree que mentir a los españoles es perfectamente aceptable. Lo pernicioso de esta situación resulta cada vez más evidente para el público. Por eso Feijóo se ha convertido en el bueno de la película por puro contraste, por el aval de su ejecutoria previa en Galicia y su tono templado. Por eso se ha colocado por delante en las encuestas casi desde que aterrizo en Génova. Un éxito, dado que las televisiones siguen remando a favor de Sánchez (quien gozando de esa crucial ventaja tiene la jeta de acero inoxidable de denunciar en el Senado una supuesta conjura de «poderes mediáticos» pagados por «los poderosos» y las grandes eléctricas para destronarlo).
Sánchez presenta mal pronóstico electoral. No hay presidente, ni siquiera los buenos, que no acabe pagando en votos las dentelladas de una inflación galopante. Va a caer de maduro. Se hundirá víctima de los errores de su Ejecutivo, a ratos circense; de su desprestigio personal, que se plasma en los abucheos cada vez que pisa una calle; y sobre todo, por el dolor de la crisis económica.
Ante semejante paisaje, y con las encuestas soplando a su favor, el líder de la oposición no tiene necesidad de jugarse el tipo. Lo inteligente es ser reservón, no sobreexponerse. Por eso la nueva cúpula del PP ha incurrido en un error de novato al solicitar un debate donde su líder iba a batirse en condiciones abismalmente desiguales. Sánchez disponía en el Senado de un discurso introductorio de una hora y Feijóo tenía quince minutos. Además, Sánchez podía contestarle sin límite de tiempo, frente a solo cinco minutos más de réplica del opósito. Feijóo salía a la carrera con una pierna atada. Y lo hacía además frente al gran trilero, que era evidente que iba a meterle el codo en la primera curva. Como así ocurrió.
Feijóo compuso una buena intervención. Crítica y también constructiva, ofreciendo apoyos, en tono de hombre de Estado. Pero mediada la sesión del Senado, un sagaz amigo que la estaba siguiendo me guasapeaba exasperado: «Contra Schz. no se puede ir de moderado. Es un pitbull sin escrúpulos. Qué gran error este debate».
Concuerdo bastante. Sánchez convirtió su segunda y tercera intervención en un monográfico con un solo objetivo: intentar demoler la imagen de solvencia que disfruta Feijóo en buena parte de la sociedad. Hizo oposición a la oposición, y con las marrullerías propias de la casa. El padre del «no es no», el presidente que se negó siquiera a ojear las propuestas que le entregó Feijóo en su primer cita, se presentó como gran «partidario del diálogo leal y fluido entre Gobierno y oposición». El dirigente manirroto que está gastando sin tasa lo que España no tiene, se presentó como «defensor de la consolidación fiscal». El mandatario del estado de alarma inconstitucional, de la peor caída del PIB de la OCDE y de las peores cifras de muertos de Europa en el arranque de la pandemia, defendió muy ufano su excelente gestión ante la covid. Jugando al ofendido, Sánchez acusaba a Feijóo de insultarle mientras se dedicaba a insultarlo («¿es usted solo un insolvente o lo hace de mala fe, señor Feijoo?»).
Lo superfluo es casi siempre enemigo de lo bueno. El PP no necesitaba este debate, que no anulará sus opciones electorales, pero que puede servir para animar a la alicaída y menguante parroquia socialista.