Esos progres que la derecha adora
Ahora, lo que vende es la crítica a los populismos y los movimientos identitarios de derechas, y Fukuyama lo explota con el aval de la derecha más ingenua
La batalla de las ideas que ganaba por goleada la izquierda se está equilibrando en los últimos años, pero no del todo. Como lo muestra ese fenómeno de la adoración suscitada por algunos intelectuales progres en la derecha, y que aún es impensable que se produzca en el otro sentido. Francis Fukuyama, que ha estado esta semana en España para presentar su último libro, es un buen ejemplo. Ha hablado de los peligros de los populismos para la democracia, pero en un país como el nuestro, gobernado por el populismo de izquierdas, ha tenido sumo cuidado en no criticar a Pedro Sánchez y en insistir en que el verdadero peligro es el populismo de derechas, empezando por Trump, todo el Partido Republicano y múltiples partidos de derechas europeos. Le ha faltado tiempo, sin embargo, para cuestionar a la Iglesia católica, «por la falta de responsabilidad e hipocresía de su jerarquía», ha declarado en El País, y eso que el periodista le preguntaba por otra cosa, por la pérdida de confianza en las instituciones políticas.
Lo más asombroso sobre Fukuyama es que debe su fama a un libro en el que erró estrepitosamente en sus predicciones, El fin de la historia y el último hombre, cuando auguró el fin de los grandes conflictos y debates ideológicos por el triunfo de la democracia liberal. Pero dijo lo que la mayoría quería oír, no como Samuel Huntington, el que acertó con El Choque de las civilizaciones, y al que la izquierda llamaba facha por haber sabido predecir el auge del fundamentalismo islámico, justamente en los mismos años en que Fukuyama ni lo había olido, poco antes del 11-S.
Pero lo que sí sabe oler a la perfección Francis Fukuyama es lo que vende en cada época y lugar, lo que genera aplausos y dinero. Quizá sea el motivo por el que abandonó el movimiento intelectual neoconservador, del que viene, y sobre el que ha escrito algunas buenas páginas, pero cuya vinculación no parece muy conveniente para ser un profesor exitoso en las facultades de Ciencias Sociales de Estados Unidos, las que tienen la mayor presencia de extrema izquierda del mundo, como me dijo hace algunos años el desaparecido Seymour Martin Lipset, uno de los grandes politólogos americanos. De ahí que Fukuyama también predijera en los noventa la gran tontería políticamente correcta de que los países gobernados por mujeres serían menos agresivos, aventureros, competitivos y violentos.
Ahora, lo que vende es la crítica a los populismos y los movimientos identitarios de derechas, y Fukuyama lo explota con el aval de la derecha más ingenua. Pero, además, Fukuyama ha tenido también la habilidad de detectar el creciente interés de la izquierda por el liberalismo, concepto que antes rechazaba y ahora intenta asimilar. Como Pedro Sánchez con su nueva clase social, «la clase media y trabajadora», Fukuyama estira el chicle del liberalismo para que sirva también a la izquierda y dice que él tiene «una definición muy amplia de liberalismo que no está relacionada con la ideología», que es como tener una definición muy amplia de fútbol que no está relacionada con el deporte. De tal manera que hasta los más antifutboleros se van a poner a dar lecciones de fútbol. Como la izquierda antiliberal de liberalismo, con la ayuda de Fukuyama y compañía.