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Perro come perroAntonio R. Naranjo

'Bella ciao'

Luego se preguntan por qué arrasa Meloni: mientras la ciudadanía tiene miedo a todo, sus políticos progresistas se limitan a ponerles canciones

Actualizada 01:30

Los más zoquetes de cada casa, que son legión y podrían constituir una República independiente para la que sugiero el nombre de Tontilandia, le han montado hace unos días un notable pitote a Laura Pausini por no querer cantar Bella ciao en eso que triunfa tanto llamado El Hormiguero cuyo presentador, el bueno de Pablo Motos, no se libra muy a menudo de campañas similares inspiradas en las enseñanzas del juez Lynch.

La cantante, que me parece tan pestiño como su compatriota Eros Ramazzotti y me hacen dudar sobre si proceden del mismo país que Lucio Dalla o Renato Carosone, tuvo que aclarar después la evidencia de que «el fascismo sea una vergüenza absoluta me parece obvio para todos. No quiero que nadie me use para propaganda política. No se inventen lo que no soy».

Risto Mejide me dijo hace tiempo, al hilo de un conflictillo con uno de estos partisanos, que nunca hay que dar explicaciones, porque «los amigos no las necesitan y los enemigos no las aceptan», sabio consejo que Pausini no se aplicó y le llevó a sufrir un redoble de invectivas de quienes, por no querer cantar la canción en cuestión, la convirtieron rápidamente en simpatizante de Benito Mussolini.

La controversia coincidió con el violento escrache a Macarena Olona en Granada, tan vomitivo como todos los demás, incluyendo los que sufrieron o sufrirán quienes los importaron a España: también son un horror cuando los padecen Pablo Iglesias, Irene Montero, Yolanda Díaz o Juan Carlos Monedero, con la única diferencia de que solo podemos denunciar esto quienes lo decimos siempre, entre los cuales no figura ninguno de ellos.

Ambas escenas, aparentemente inconexas, nacen de la misma sentina ideológica que habita en un antifascismo sobrevenido, fabulador de peligros inexistentes y examinador implacable de conductas y opiniones ajenas que se pone el disfraz de partisano para justificar un despliegue de intolerancia, represión y acoso netamente fascista.

El Bella ciao es un himno antifascista que, como casi todas las canciones ideológicas y bélicas, resultan emocionantes y musicalmente redondas: desde La Internacional hasta el Cara al sol, sin entrar en detalles políticos, apelan a la fibra sensible para atraer a causas que, en todos los casos, acaban en dolor.

No es un invento fascista ni comunista. Cosme I de Médici ya utilizó el arte como propaganda para proyectar una imagen de poderío cómplice con Florencia y sus vecinos, partícipes del orgullo resumido en la impresionante Sala de los Quinientos del Palacio Ducal de la saga.

La cuestión no es, pues, si se comparte o no el mensaje de fondo de una canción popularizada por una serie moderna, La casa de papel, cuyo uso por una banda de ladrones es en sí mismo una prueba de la trivialización de casi todo en estos tiempos de fast food intelectual y de alocadas redes sociales que elevan al zopenco anónimo, al acosador fantasma y al imbécil agresivo a la categoría de primus inter pares con cualquier personaje público que firma con su nombre real y da la cara con su imagen auténtica.

Twitter es un garito nocturno y recóndito en una carretera apartada donde se amontonan en la barra maleantes, pendencieros y borrachos de navaja fácil y fuga rápida que legitimamos, culpa nuestra, quienes aceptamos el juego por un tiempo cada vez más próximo a agotarse.

El quid, decía, es que hemos aceptado como normal que una recua de iletrados se fabriquen a sí mismos, desde el cómodo sofá, una imagen de partisano llegado del pasado para ajustar unas cuentas superadas a costa de cargarle los muertos pretéritos a cualquiera que pase por allí y no repita sus mantras, o canciones, de autohomenaje.

El fascismo y el comunismo han sido dos de las grandes lacras de la humanidad y en su nombre o bajo su manto se han perpetrado las mayores fechorías, resumidas en una terrible frase que Martin Amis pone en boca de Stalin en Koba el terrible que también es válida para su némesis, Hitler: «Un muerto es un drama, veinte millones, una estadística».

Que un zángano se sienta ni por un momento heredero y abogado de ese testimonio, y utilice aquel dolor para compararlo con situaciones actuales y justificar a continuación su réplica fascista, no solo es un exceso bochornoso. También es un indicio de qué pasará si en el futuro vuelven el fascismo, el fundamentalismo o el terrorismo: saldrán a atajarlo una muchachada cretina compuesta por tuiteros, tiktokers, influencers y otros insignes representantes del pijerío patrio con ínfulas.

Y claro, luego viene Giorgia Meloni y les da hasta en el cielo del paladar y se preguntan por qué: mientras la gente tiene miedo al presente y al futuro, los Sánchez de la vida solo saben cantarles el Bella ciao.

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