No se salvará ni quebrando España
Al final el público no vota por esta o aquella medida, sino por la composición que se hace de un político, y Sánchez ha roto demasiadas cosas
PSOE, Podemos y los separatistas se necesitan mutuamente para flotar. Personajas –supongo que les agradará el término– como Irene Montero, Yolanda Díaz o Ione Belarra no habrían soñado ni en dos vidas con portar una cartera ministerial. Pero esa forma de desguace político que llamamos sanchismo las ha instalado en una berlina oficial (y en un Falcon). Se pellizcan todas las mañanas. Les ha tocado la Bonoloto sin sellar la papeleta. Así que cuando en días atrás se hablaba de «dificultades» para cerrar un acuerdo presupuestario, a muchos se nos escapaba una sonrisa irónica. El podemismo no se ha visto en otra. Tragan y tragarán con lo que haga falta para apurar estos últimos meses de pompa antes de que la victoria de Feijóo las devuelva a su umbral natural de incompetencia. Por eso los presupuestos estaban cantados.
Viene un año electoral que sorprende a Mi Persona boqueando en las encuestas. Lo que ha hecho es lo esperable en él: intentar comprar las elecciones disparando con pólvora del rey. La ecuación que ha elegido se llama «más gasto con menos crecimiento». En efecto: es la fórmula de la ruina. Pero le da igual. Con unas arcas públicas en una situación muy delicada, y con una incompetencia tan galopante que son incapaces de hacer circular los fondos europeos, lo que van a hacer es intentar comprar voluntades a golpe de subsidio. Todo envuelto en una dialéctica Robin Hood entre impostada y obsoleta.
«Mucho ojo, que con todo este paquetón Sánchez puede salvar las elecciones», me guasapea un amigo, que no es precisamente el presidente del club de fans de Peter, viendo los obsequios presupuestarios. Es verdad que la relación de aguinaldos es importante: una subida de las pensiones temeraria para la tesorería del Estado (+8,5%), aumento también para los funcionarios, nuevos cheques para las madres, bonos de alquiler para los chavales, prolongación de los trenes gratis… Y, sin embargo, sigo apostándome una percebada regada con el más delicado godello a que Sánchez perderá las elecciones. Este alarde de gasto público electoralista no hace más que acreditar su debilidad.
Los votantes no toman sus decisiones por esta o aquella medida. Sus voluntades se mueven por la composición que se hacen de los candidatos. Al final, salvo en el caso de ciudadanos muy ideologizados, se inclinan por aquel aspirante que les inspira más confianza, eso que los ingleses llaman «un par de manos seguras». Sánchez ha perdido ese plus. No resulta creíble, su talante personal se ha tornado irritante y la crisis de caballo de la inflación le ha salpicado de zanjas su carretera electoral.
A finales del pasado agosto, el PSOE anunció que Sánchez protagonizaría 30 actos callejeros para «reconectar con La Gente». Hoy cuenta este periódico, en una crónica de Raquel Tejero, que esa campaña de marketing ha sido suspendida y se volverá al formato clásico del mitin cerrado, con el líder bien protegido. ¿La razón? Pues radica en que cada vez que el líder carismático pisaba una acera le caía una pitada (amén de la memorable pancarta de «que te vote Txapote», que merece que se organice una colecta para invitar a una opípara cena al lúcido paisano que la enarboló).
Un presidente que ya no puede pisar una calle de su país no está en condiciones de ganar las elecciones. Y eso no lo arreglarán ni aunque Marisu Montero nos pague a todos el Netflix, una ronda de cañas y el carnet de nuestro equipo de fútbol. Sánchez morirá matando, sin duda. Hará todavía mucho daño. Es su naturaleza. Pero ya huele a pato cojo.