La triquiñuela electoral de las pensiones
Subir todas las pagas un 8,5 % es un suicidio contable, pero con esa maniobra Sánchez le puede crear un gran quebradero de cabeza al PP
Mi madre, a la que en breve le caerán los 85, es uno de mis oráculos económicos y políticos. Desde luego no ha estudiado tanto como la señora Calviño (incluso carece de título universitario). Pero probablemente golea en sentido común a la vicepresidenta, que ha pasado de tecnócrata bruselense supuestamente aplomada a entusiasta tragadora de las ocurrencias revanchistas de Podemos.
En la jornada de los Presupuestos, telefoneé a mi madre por la noche y le consulté qué le parecían: «Mamá, supongo que estarás encantada, ¡Sánchez te sube la paga un 8,5 %!». Su respuesta me sorprendió. En lugar de celebrar con alborozo el súper aguinaldo, me soltó lo siguiente: «No me hables. Están locos. Los viejos más o menos nos vamos apañando. Está bien subirnos un poco, claro. ¡Pero esto!… A los que hay que ayudar muchísimo es a los empresarios, que son los que dan los puestos de trabajo, no a nosotros, los jubilados, que ya poco podemos aportar. Los empresarios se la juegan y pasan unos dolores de cabeza tremendos, me acuerdo de tu padre cuando tenía los barcos, pero esta gente es como si les tuviese manía. Es increíble». Y dicho esto, el oráculo cerró el capítulo económico y pasó ya a darme las últimas noticias sobre mis hermanos (y sobre la fauna de Mediaset).
Pero lo que hace mi madre, mirar más allá del egoísmo personal para priorizar la foto general del país, puede que no sea la reacción de todos los jubilados. La subida descabellada de las pensiones ordenada por Sánchez, que incluso amenaza la viabilidad del sistema a medio plazo, es una jugada que le puede funcionar de cara a las elecciones del próximo año. Muchos pensionistas se dirán: «Bueno, no lo aguanto, pero este tío al final me ha subido la paga e igual los otros no lo hacen, así que habrá que votarle».
Lo expuso perfectamente Adam Smith: «Los individuos no tratan de promover el interés público, ni saben cuánto lo están promoviendo. Buscan su propia seguridad, su propia ganancia». Esta sencilla frase refleja que el liberalismo ha entendido mejor que el comunismo la verdadera entraña del ser humano, que no es un serafín altruista ávido de crear un paraíso proletario en la tierra (por eso el comunismo fracasa de manera contumaz). Ese egoísmo personal que nos mueve a casi todos es lo que convierte la subida de las pensiones del PSOE en una formidable arma electoral.
Subir las pagas de los jubilados un 8,5 % en un país que tenía su sistema ya perforado supone una chaladura contable. Pero Sánchez aplica la máxima de «después de mí, el diluvio». Se ha propuesto comprar votos incluso a costa de la semiquiebra de las arcas del Estado. Este mismo viernes ha comenzado ya a presentarse como el paladín que protege a los pensionistas frente a un PP austericida, que machaca a los pobres ancianos con su rigor desalmado. Será uno de los mantras de su campaña.
Ante este peliagudo envite, a Feijóo le quedan dos salidas: hacer pedagogía a destajo y tratar de hacer entender a los pensionistas la verdad, que no hay caja para lo que ha hecho Sánchez; o sumarse a la subasta con un «y yo más». Imagino –y deseo– que optará por la primera vía, la sincera, honesta y responsable. Será grato retornar a una España donde esas tres palabras vuelvan a significar algo.