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Desde la almenaAna Samboal

¡La que has 'liao', Irene!

Ya te habrás dado cuenta de que las soluciones fáciles no existen, de que las mejores intenciones y los caminos más cortos le llevan a uno de cabeza al infierno

Actualizada 01:30

Querida ministra:

Déjalo, todavía estás a tiempo de salvar algo, aunque muchos (del género neutro) no acertemos a saber qué. Dice el refrán –la sabiduría de la gente que tú y tus colegas invocáis tan a menudo– que más vale ponerse una vez roja que cien amarilla y tú, facilitando con tu ley fetiche la salida de las cárceles de decenas de agresores sexuales, has agotado la gama entera de gualdas, todos los números del Pantone. Admítelo, aunque suponga desmentir de facto a vuestro padre político, Zapatero: no todo el mundo puede ser presidente, ni siquiera ministro. Admítelo, esa cartera te queda súper-súper-grande.

Veo en tu currículum que tu trayectoria profesional en el ámbito privado es nula. Si al menos hubieras pasado por gabinetes como asesora o por concejalías en ayuntamientos de pueblo, como los profesionales de la política que Pablo y tú demonizábais, quizá habrías aprendido un principio básico del trabajo de un servidor público, que las decisiones tienen consecuencias. Tu formación académica, una licenciatura en Psicología –con muy buenas notas, al parecer–, tampoco te habilita para conocer los entresijos del Código Penal, pero, si hubieras tenido la humildad suficiente para escuchar, estaban sobre tu mesa los consejos e informes de los juristas que el Estado pone a tu disposición. Cuando el Consejo General del Poder Judicial advertía que tu ley del «sólo sí es sí» podía dejar en la calle a decenas de peligrosos delincuentes no lo hacía porque era machista. Lo hizo porque los hombres y mujeres que lo componen no sólo han adquirido la formación adecuada para saberlo, sino también porque su trayectoria profesional les ha ido enseñando. Cuando algunos diputados se llevaron las manos a la cabeza, no lo hicieron porque eran machistas, sino porque es su función poner en cuestión las decisiones que toma el Gobierno. Los distintos poderes del Estado son contrapesos, garantía del juego democrático, pero también una valiosa ayuda para todo aquel que, apeado de su soberbia, no lleve tapones en los oídos y anteojeras ideológicas cubriéndole los ojos.

Querida ministra:

En Barcelona, algunos barrios son intransitables. En Valencia, las riñas multitudinarias de los pandilleros agotan la paciencia de la policía y atemorizan a los vecinos. A los españoles, asfixiados por una subida de los precios que no da tregua –porque, aunque suba menos, sigue subiendo–, alarmados ante la crisis que les anuncian a la vuelta de la Navidad, sólo les faltaba saber que los más repugnantes depredadores campan a sus anchas por la calle amenazando a sus niñas, niños, niñes y todos los demás sufijos que tú quieras ponerles. La ingeniería social tiene un límite: el del contraste con la realidad.

El tiempo del populismo, por fortuna, toca a su fin. No hay más que ver lo que acaba de ocurrir en Estados Unidos. A estas alturas, ya te habrás dado cuenta de que las soluciones fáciles no existen, de que las mejores intenciones y los caminos más cortos le llevan a uno de cabeza al infierno. Sólo te queda hacer esta vez un ejercicio de humildad y, en vez de insultar a los tribunales, dar marcha atrás, hacerte responsable de tus actos e iniciar una nueva vida en el ámbito privado, en el que las decisiones que tomes no pongan en riesgo la seguridad de tus conciudadanos.

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