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Cosas que pasanAlfonso Ussía

Convicto y confeso

Patada en el culo a una mujer, seis años de prisión. Patada en el culo a un perro que muerde, ocho años de trena

Actualizada 01:30

Cuarenta años atrás, propiné una patada a un perro. Se llamaba «Chufy». Previamente, «Chufy» había hincado sus afilados dientes en mi tobillo derecho. Soporto con dignidad el dolor, pero no el deterioro de una media-calcetín de cashmere recién adquirida durante una breve estancia en Londres en las Burlington Arcade. El mordisco de «Chufy» abrió un tomate en mi calcetín derecho de imposible reparación, y como es de rigor, mi patada fue tremenda. «Chufy» voló cuatro metros y se topó con un jarrón chino de estimable valor que dominaba una mesa. El jarrón fue sorprendido por el vuelo de «Chufy» y cuando se dio cuenta, se halló hecho añicos en el suelo. «Chufy» era el perrito de una efímera novia, y después de una acalorada discusión con ella, le pedí que me devolviera el rosario de mi madre y se quedara con todo lo demás, como en la canción de María Dolores Pradera. Si una joven mujer pretende una historia de amor, no puede tener un perro que se dedique a morder los tobillos y agujerear los calcetines londinenses de su pretendiente. El caso es que abandoné su hogar, procedí a pasear por la calle de Velázquez y ningún agente de la autoridad me detuvo acusado de maltratar a tan detestable can. De haber ocurrido tan lamentables hechos en la actualidad, y de acuerdo con la Ley del Maltrato Animal redactada por la podemita Belarra y sus churris, sería condenado a ocho años de prisión, dos años más de privación de libertad que por haber pateado a la propietaria de «Chufy», acción penada con seis años de cárcel. El Consejo General del Poder Judicial ya ha advertido al Gobierno de las barbaridades que se acumulan en ese anteproyecto de ley presentado por la simpática ministra Belarra. Patada en el culo a una mujer, seis años de prisión. Patada en el culo a un perro que muerde, ocho años de trena.

Esa Ley del Maltrato Animal oculta su principal propósito: terminar con la caza en España, actividad que nos viene de los cromañones y neandertales, y de la que viven en nuestra maltratada nación centenares de miles de familias. Será complicado el apoyo a la prohibición de la caza para algunos dirigentes autonómicos socialistas, como García-Page en Castilla-La Mancha o Fernández Vara en Extremadura, donde la caza es uno de los principales recursos económicos de sus regiones. Pero al final, aceptarán lo que les ordene el hortera de Bali, que a su vez, es ordenado por sus socios de Podemos, sus sostenedores bilduetarras y el oficioso, que no oficial, presidente del Gobierno, Oriol Junqueras.

Pero retornando a los primeros renglones, me acuso y reconozco que «Chufy», probablemente fallecido por causas naturales y no por la precisión impactante de mi patada, sufrió maltrato por mi parte, si bien es justo recordar que previamente fue él quien renunció a la armonía e inició el turno de agresiones. Dos heridas producidas por sus punzantes colmillos menoscabaron la agilidad y prestancia de mi tobillo derecho, pero lo que no admite discusión fue la voracidad que empleó en destrozar unos calcetines de cashmere de Groven, James & Mildton adquiridos a muy alto precio en las Burlington Arcade. Me declaro convicto y confeso. Si bien, el único fallecimiento que se produjo en aquel desagradable encuentro que desembocó en trifulca, fue el jarrón chino, horroroso por cierto, probablemente heredado de la abuela materna de aquella joven mujer, que para la Belarra, merece menos consideración que «Chufy».

Y aquí estoy, a la espera de mi detención por maltrato animal.

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