A los futuros abuelos en Navidad
Si queremos que la Navidad de nuestros nietos sea tan feliz y alegre como la nuestra (tanto como para poder recrearse y celebrar el Misterio de Dios hecho hombre) toca ser generosos
El otro día leía un titular que me causó una gran pena. Una actriz catalana contaba que ella nunca había vivido la Navidad como se la habían contado. Su padre y su madre eran hijos únicos y ella también. No tenía ni tíos ni primos.
La imagen de esa comida navideña me dejó tocado. No porque esté mal, ni mucho menos, sino porque estoy acostumbrado al jolgorio, a muchos primos, tíos, abuelos y tíos abuelos. Tantos, que uno no sabe ni cuántos hay en la mesa. Y no puedo imaginar las navidades de otro modo. Sin esas sobremesas tan concurridas y alegres. Creo que son un regalo que no valora quien lo posee y mucho anhela quien carece de él.
Quizá por eso (y porque soy un nostálgico profesional) pienso equivocadamente que la Navidad cada año pierde un poco de su encanto. Cada vez menos abuelos y tíos abuelos sentados a la mesa. Y pronto empezarán a dejar de sentarse los tíos. Y estando en lo cierto, y siendo motivo de pena que vayan desapareciendo nuestros familiares de más edad, no es menos cierto que suben los hijos y los sobrinos, y vivirlo con los hermanos y los primos también es motivo de profunda alegría. Los que vienen por los que se van.
Pero decía todo eso porque, la alegría que reina en nuestra mesa por Navidad no es mérito nuestro, sino de nuestros abuelos. Ellos nos han regalado a nuestros padres y a nuestros tíos. Y su ejemplo ha propiciado que a su vez los padres nos regalen a nuestros hermanos y los tíos a nuestros primos, que tantas veces son más que primos y más que amigos. Y hay que darles las gracias por ello.
Y es importante que sepamos cuál es nuestra responsabilidad como futuros abuelos. Si queremos que la Navidad de nuestros nietos sea tan feliz y alegre como la nuestra (tanto como para poder recrearse y celebrar el misterio de Dios hecho hombre) toca ser generosos. Dar mucho y calcular poco, porque de lo contrario corremos el riesgo de que nuestros nietos digan que su Navidad no es como se la habían contado, pues en su mesa no se sentarán ni tíos, ni primos ni niños.