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VertebralMariona Gumpert

Cuando el alma pide más

La fe no regresa como fenómeno social, sino como eco interior. No se impone: insiste. No convierte con argumentos, sino con presencia. Es un sol que entra por una rendija cuando ya parecía cerrada la ventana

Actualizada 01:30

El pasado Viernes Santo lo más visto en Netflix fue La pasión de Cristo. La película de Mel Gibson, con su violencia sin filtros y su crudeza teológica, volvió a imponerse como si la plataforma entera se rindiera, por unas horas, a la imagen de un hombre golpeado hasta el alma. También The Chosen, esa serie improbable que ha conquistado audiencias sin promoción, continúa extendiéndose como un evangelio silencioso por millones de pantallas. Esta semana, el New York Post hablaba —sin ironía— de una ola de conversiones al catolicismo entre jóvenes.

Algo está pasando.

No es nostalgia ni novedad. Tampoco algo espectacular. Ocurre en el silencio del que empieza a rezar sin saber muy bien cómo. En la mirada de quien enciende una vela sin estar seguro de si cree, pero necesita que haya Alguien. Ocurre también en la incomodidad de quien se burla de la fe... y no logra hacerlo sin rabia, porque lo que se ridiculiza con insistencia suele esconder un deseo más hondo.

Durante décadas hemos flotado en la modernidad líquida, como la llamó Bauman: sin raíces, sin vínculos, sin certezas. Pilato fue el profeta de una religión laica. Su famoso «¿qué es la verdad?» se convirtió en la gran pregunta posmoderna. La ironía era elegancia, el escepticismo una forma de educación.

Pero llega un punto en que el alma pide algo más: no se puede vivir para siempre entre comillas. La sed de sentido no se extingue. Puede silenciarse, posponerse, adornarse con poses ilustradas. Pero regresa. Regresa en el arte, en las ruinas, en los hospitales, en los nacimientos. Regresa cuando todo lo demás se derrumba.

Muchos vuelven entonces los ojos hacia Aquel que no gritó, que no discutió, pero que sostuvo la mirada cuando le preguntaron por la verdad, sin responder entonces lo que ya había dicho antes: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida».

Es curioso: cuando es el sentido lo que se ha perdido lo que vuelve no es un sistema ni una consigna, ni una aplicación móvil. Lo que vuelve es una Persona. Una historia. Un rostro. Un cuerpo atravesado. Una voz que dice: «Venid a mí los que estáis cansados.»

La fe no regresa como fenómeno social, sino como eco interior. No se impone: insiste. No convierte con argumentos, sino con presencia. Es un sol que entra por una rendija cuando ya parecía cerrada la ventana. Por eso tantos vuelven al cristianismo. No por miedo ni por ansia de certezas prefabricadas. Vuelven porque encuentran algo que no se agota. Algo que ha atravesado siglos y sigue, de forma misteriosa, diciendo la verdad sobre el hombre. Una verdad que no anula, sino que acoge. Que no grita, pero transforma. Que no promete atajos, pero abre caminos.

Hoy es Domingo de Resurrección. El mundo sigue tan caótico como el viernes. La muerte no ha sido desterrada. La mentira, tampoco. Seguimos a la deriva en muchas aguas y, sin embargo, una mano llagada se tiende desde una barca que apenas intuimos.

No una idea. No una teoría.

Una herida.

Un cuerpo resucitado.

Mientras quede un alma sedienta Cristo no será una reliquia. Será un umbral. Cuando ese umbral se abre, cuando la piedra ha sido retirada, entonces tenemos que decir sin miedo:

Si Dios está con nosotros, ¿quién contra nosotros?

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