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Perro come perroAntonio R. Naranjo

Jack el Destripador nos enseña medicina

¿Qué está pasando en Europa, muy siniestro y oscuro, para que nadie ponga en su sitio a un presidente populista que se alía con lo peor de cada casa?

Actualizada 01:30

Por si había alguna duda al respecto, Pedro Sánchez enseñó en el Congreso la patita, que es pezuña y zarpa, con toda su plenitud en una frase que suena a Jack el Destripador dando lecciones de cirugía: «La democracia española es imperfecta. Necesita mejoras y necesita reformas».

Además, para rematar el impudor, la soltó inquirido por Gabriel Rufián, otro notable constitucionalista cuyo amor por España es similar al del Estrangulador de Boston por la fisioterapia: «Somos demócratas antes que independentistas», le dijo el portavoz de ERC a Sánchez, en una escena conjunta con reminiscencias de aquella en que Torrente, el brazo tonto de la ley, le proponía a Gabino Diego aliviarse un poco la entrepierna.

«Qué, Gabriel, ¿nos hacemos unas reformas?».

La manipulación del lenguaje es la primera técnica del populismo, que apela a la ley, la democracia o la libertad como nadie para, a continuación, perpetrar sus fechorías autocráticas en nombre de todo ello.

Sánchez ya ha instalado el relato de que la Constitución, y la verdadera democracia, está secuestrada por una siniestra coalición de políticos ultras, jueces franquistas, periodistas mentirosos y poderosos con puro para, a partir de esa caricatura grotesca, justificar el desmantelamiento del Estado de derecho y fundar, definitivamente, la República Sanchista, con capital en Whitechapel y su cuerpo desmembrado por cada psicópata independentista que le ayude a él a quedarse eternamente.

No ha habido sátrapa a lo largo de la historia que no se presente así mismo como garante de la democracia ni alegue, para perpetrar cada fechoría, que la está salvando de conspiraciones ficticias y conspiradores inexistentes.

Pero que lo haga un presidente de la Unión Europea, tras cuatro advertencias formales contenidas en el informe GRECO de la Comisión para que se libere al Poder Judicial del intervencionismo obsceno de los políticos, resulta sorprendente.

A Hungría y a Polonia las han amonestado por bastante menos de lo ya perpetrado por Sánchez, que además encabeza el único Gobierno europeo conformado con comunistas e intervenido por separatistas, dos de los credos que más dolor, sangre y guerras han provocado en la historia del continente.

Si Sánchez es además quien más dinero pide a Bruselas y quien menos reformas del gasto público implanta, ¿cómo se explica la tibieza europea con un desafío institucional y económico que puede añadir nuevos incendios a los ya vigentes con Rusia, la recesión, la irrelevancia ante China o Estados Unidos y, entre tantos otros, el fundamentalismo de tercera generación implantado en tantos países cercanos?

Aquí nos estamos perdiendo algo. Y sin necesidad de recurrir a teorías conspiranoicas, por tentador que sea meter en el mismo saco la corrupción con acento catarí, las andanzas de Marruecos y las aficiones de Úrsula von der Leyen; hay algo evidente cuya formulación en forma de pregunta es procedente.

¿Qué oscura razón provoca que Europa mire para otro lado, con esporádicos pellizcos de monja, cuando en sus narices germina el único presidente occidental envenenado por la triple enfermedad del autoritarismo, el populismo y el nacionalismo, que además se gasta dinero ajeno como un yonqui del despilfarro?

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