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Vidas ejemplaresLuis Ventoso

'Top Gun', ¡qué alivio!

Para los que somos del siglo XX, ver una película palomitera a la vieja usanza, sin la cansina moralina «progresista» de las plataformas, es como respirar un rato

Actualizada 09:22

Aunque solo la música y ver el mar me gustan más que el cine, he dejado de asistir a las salas. La culpa ha sido del frenazo de la pandemia, de la enorme mejoría de las pantallas de televisión y su sonido y de que los estrenos llegan cada vez más rápido a las plataformas (y además sale más barato que ir al cine y no hay ningún gachó con un tanque de palomitas masticando en tu oreja). Así que no había visto hasta ahora Top Gun Maverick, película con la que Tom Cruise, actor de acción de 60 tacos, logró devolver al público a los cines en 2022. Un taquillazo que ha recaudado 1.500 millones de dólares.

Este Top Gun 2, secuela que llega 36 años después de la entrega original ochentera, no va a cambiar la historia del cine. Cruise desde luego no pretende ser Ingmar Bergman. Sin embargo, ofrece a la perfección lo que promete: 130 minutos de grandioso espectáculo de entretenimiento sobre las hazañas de unos pilotos de combate de EE. UU., todo recreado con unos efectos especiales insuperables, de vértigo.

Tom Cruise, perfectamente hibernado, con su pelazo-farandol, su musculatura cachitas y su cara retocada con dignidad, vuelve a encarnar al piloto iconoclasta y capacitadísimo Pete «Maverick» Mitchell, que parece atrapado en una adolescencia mental perpetua. Maverick, con sus Ray-Ban, su moto y su bronceado californiano, es esta vez el instructor de los mejores pilotos jóvenes de la aviación estadounidense, a los que hará salir airosos de una misión imposible tras un clímax taquicárdico.

En resumen: un solvente espectáculo palomitero para pasar el rato. Entonces, ¿por qué te deja tan buen cuerpo? Pues porque en Top Gun Maverick falta algo: el habitual carro de moralina «progresista» más o menos sutil con las que las productoras de las plataformas aliñan hoy todos sus productos. No hay monserguilla sobre el cambio climático, no hay dudas morales contra el propio país, no hay el inefable momento LGTBI, no hay cuotas raciales por imperativo político (sino personajes de todas las razas que están ahí de manera natural), no hay victimismo quejumbroso.

Lo que sí hay es camaradería a la vieja usanza, capacidad de sacrificio, una historia de amor entre un hombre y una mujer y una convicción, subliminal pero evidente, de que la democracia americana representa los valores adecuados (no se concreta cuál es el país enemigo, pero está cubierto de nieve y sus aviones son SU-57 rusos, así que deduzcan…).

La película se enriquece también por un tono elegíaco, un poco como el de los últimos westerns de John Ford (salvando las distancias, por supuesto). «El futuro está llegando y tú no vas a formar parte de él», advierte un almirante al rebelde Maverick, en alusión a la irrupción de la Inteligencia Artificial, que se encargará de pilotar los aviones. Y así es. El mundo ha cambiado.

Ese futuro, que ya es presente, está acabando también con la manera de entender el cine de Tom Cruise, que no es otra que la del viejo Hollywood, la gran fábrica de sueños del siglo XX. Hay en la película una curiosa escena que Cruise comparte con Van Kilmer, un actor de su generación que ha perdido la voz por un cáncer de garganta. Escribiendo en una pantalla, Kilmer le indica a Maverick que es «tiempo de dejarlo», aludiendo a su condición de piloto de guerra. Con los ojos humedecidos, Cruise le contesta: «No sé cómo». En esa respuesta emocionada no cuesta vislumbrar que el actor está aludiendo también al final de su propia carrera como héroe de acción y a un modo de hacer cine que vive su crepúsculo. A los que somos sentimentales y del siglo XX, la escena nos pellizca cierto resorte de nostalgia, de añoranza de un mundo más libre y menos líquido.

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