Una república islámica
En las grandes urbes muchas mujeres tienen una vida bastante equivalente a las de las occidentales. Sobre todo, entre las clases más acomodadas
Tener la oportunidad de visitar un país como Pakistán de la mano de un buen amigo que ha tenido una posición privilegiada en este país de 700.000 kilómetros cuadrados y unos 250 millones de habitantes es una oportunidad excepcional a la que no podía renunciar. Todavía me quedan unos días de esta visita, pero hay algunos apuntes que me gustaría hacer ya.
El Pakistán moderno nació en 1947, tras la partición de la India imperial en dos países que en realidad fueron tres. De una parte, la India y de otra Pakistán, que entonces incluía lo que hoy es Bangladesh. Hasta 1956 continuó siendo parte de la Commonwealth y tenía al Rey Jorge VI como jefe de Estado. A partir de 1956 ya fue la República Islámica de Pakistán que en 1971 perdió Pakistán Este que se convirtió en Bangladesh.
¿Hasta qué punto esta república sigue denotando la impronta islámica? Mucho, pero sospecho que mucho menos que otras naciones con igual definición o antecedentes. En las zonas rurales y en las miles de poblaciones pequeñas del país se ve pocas mujeres en la calle y las que se ve están muy cubiertas. Pero en las grandes urbes muchas tienen una vida bastante equivalente a las de las mujeres occidentales. Sobre todo, entre las clases más acomodadas. Una de las mejores defensoras de los derechos de la mujer es la consorte del actual primer ministro, Shehbaz Sharif, hermano de Nawaz Sharif que fue destituido en su día acusado de corrupción y ambos miembros de la conservadora Liga Musulmana del Pakistán. Su mujer, de soltera Tehmina Durrani, fue una activista del Partido Popular del Pakistán, socialdemócrata. Es el parido de la familia Bhutto y ella estuvo quince años casada con una de las personalidades más importantes de esa formación: Mustafa Khar. Aquello terminó en divorcio y en un libro espeluznante en el que Durrani cuenta la interpretación del Islam muy extendida entonces en la que la mujer podía ser maltratada, incluso físicamente por su marido. Y cómo sus padres y hermanos siempre daban la razón al maltratador, pese a ver las heridas físicas que dejaban sus arrebatos. Sus memorias fascinantes My Feudal Lord, Mi señor feudal (Bantam Press, 1994) hacen un retrato de la personalidad que creó esa interpretación del islam en esta mujer que hoy lucha por los derechos femeninos.
Otra evolución significativa es la del consumo de alcohol. Está estrictamente prohibido importarlo. En los duty free internacionales te dicen que no te lo venden si vuelas a este país. Pero lo cierto es que cenando en casa de un diputado que los es desde hace 33 años, se nos ofreció ingentes cantidades de los mejores whiskys a todos los que estábamos allí. Era ya tarde, por la noche, y viendo el grado de consumo, pregunté si no les preocupaban los controles de alcoholemia al volver a casa. «En Pakistán no se hace controles de alcoholemia a los conductores porque no hay alcohol». Qué pregunta más tonta.
Pero esa prevalencia cultural del islam es inmensa, creo que muy superior a la que el catolicismo pueda tener en España. Tanto en las ciudades como en las poblaciones rurales es normal ver hasta tres y cuatro personas circulando en una única motocicleta. Espeluznante sin necesidad de explicar cómo es el tráfico. De infarto. A mayor desconcierto, la mayoría de las mujeres no ponen una pierna a cada lado del asiento. Ponen ambas a la izquierda, sin duda por un pudor que afea el que se abran las piernas. Yo no entendía que eso no afectara al equilibrio del velocípedo motorizado hasta que vi uno con un conductor que lleva no una sino dos mujeres en esa posición. Y una de ellas con un bebé en brazos también al lado izquierdo.
Pero la presencia del islam tiene detalles mucho más conmovedores. El río Indo es el más grande del país. Tiene 3.000 km de longitud y nace a 5.500 metros de altura en el Tibet. En este viaje hemos remontado un pequeño tramo de esta vía fluvial en la región de Sind. De repente vimos una preciosa tela flotando en el agua y pregunté que sería. Me explicaron que el islam prohíbe destruir, quemar o tirar a la basura un ejemplar del Corán. Y por ello, en la región de Sind, la que tiene Karachi por capital, la tradición es que un Corán que haya quedado inservible se mete en una bolsa de tela bordada se la llena de paja y se echa al rio Indo, el río de la vida de los pakistaníes, para que se vaya flotando con libertad.