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HorizonteRamón Pérez-Maura

El peso de la corrupción y la guerra

Cuesta entender que una institución como ésta pueda representar una gran esperanza para el país. Y más que con unos 3.100 alumnos pueda ser elitista y represente un futuro mejor, pero si recordamos que este país tiene 250 millones de habitantes, es más fácil comprenderlo

Actualizada 01:30

Tener un estado de guerra permanente desde 1947, ¡desde hace 76 años! que son los de la existencia misma del Pakistán independiente, condiciona mucho la vida de un país, su estructura política, a qué se dedica su riqueza. En ésta, mi última columna sobre el Pakistán en el que he pasado diez días, querría hacer algún apunte sobre lo que pesan en este país la guerra y la corrupción.

Igual que lo hacen tantos turistas que visitan la India –en Pakistán no hay turismo como tal– he acudido a ver la ceremonia del cierre de la frontera y el arriado de banderas en Wahga. Se celebra diariamente desde 1959 con la excepción de dos días en la guerra de 1965 y otros dos en la de 1971. Desde el primer conflicto en 1947 en Cachemira, ambos países mantienen formalmente el estado de guerra que se ha activado en choques armados en 1965, 1971 y 1999. Esta ceremonia es verdaderamente notable: durante 45 minutos los responsables de los puntos fronterizos de ambos países hacen una escenificación propia del ballet más elitista del mundo, gesticulan su desprecio hacia la otra parte, se muestran maneras hostiles que al espectador casi le motivan la risa y al final se dan la mano antes de cerrar la frontera y arriar la bandera. No está de menos decir que los Rangers pakistaníes tenían el doble de tamaño que sus interlocutores indios. Pero también es verdad que ambos países han construido en torno a este punto sendos estadios semicirculares y la verdad es que comparando ambos, el indio es como el Santiago Bernabéu y el pakistaní es como El Malecón, el campo de la Gimnástica de Torrelavega. Ésta es una ceremonia bien documentada por National Geographic, pero tener el privilegio de que el comandante Aamin, jefe del destacamento de los Rangers, nos invitara a verla en primera fila por acompañar a la Archiduquesa Chiristian y al Archiduque Carlos de Austria fue un privilegio excepcional.

Éste es un país que está en guerra formal con la India, pero, además, tiene un entorno extremadamente hostil. De una parte, Afganistán, cuyo historial bélico desborda las posibilidades de esta columna, pero que por sus propias circunstancias políticas provoca decenas de miles de refugiados que Pakistán tiene que recibir cada año. Y sin ser un conflicto bélico, está el gran choque de intereses con China, que quiere tener un puerto fijo en las aguas cálidas del Mar Arábigo y pretende que Pakistán se lo facilite.

En estas circunstancias, la relevancia del Ejército en la sociedad pakistaní es inmensa. Ya no pretende imponer presidentes, pero sigue siendo un peso pesado en la elección de los mismos. En este momento el país tiene tres grandes partidos: la Liga Musulmana –conservadora– que ocupa la jefatura del Gobierno, el Partido Popular –socialdemócrata– que tiene la jefatura de ambas cámaras nacionales y el Congreso Islámico que tiene la Presidencia de la República. Éste último es un partido de nueva creación por Imran Khan, el ex capitán de la selección nacional de cricket. Un play boy que se casó en 1995 con Jemima Goldsmith, hija del multimillonario franco británico sir James Goldsmith, y de la que se divorció en 2004. Hoy está casado con una bruja –literalmente. Khan ha sido primer ministro entre 2018 y 2022. Llegó al cargo –según la opinión más extendida– gracias al apoyo del Ejército que creyó en su intención de terminar con la corrupción, el gran veneno de este país. Lo cierto es que la percepción de la corrupción en el país se agravó –lo que era difícil– y se le acusó de reprimir la libertad de expresión y la disidencia. En 2022 fue derribado por una moción de censura. Es decir: llegó a causa de la corrupción y ésta jugó un gran papel en su caída, como en la de anteriores primeros ministros.

Cuando uno ve el peso de la corrupción, sostenido a lo largo de los tres cuartos de siglo de independencia, pierde la esperanza de un mañana mejor. Pero hicimos una visita en Lahore que nos hizo ver las cosas de otra manera. Nuestro anfitrión quiso que viéramos su antiguo colegio, el Aitchison College, en el que han estudiado cinco generaciones de su familia –él fue la cuarta. No hay un colegio en Inglaterra con el despliegue arquitectónico de esta institución de inspiración claramente británica. Su fundador, sir Charles Umpherston Aitchison, advirtió el 13 de noviembre de 1888 a sus futuros alumnos que «ésta es una institución de la que espero que desterrarán todo pensamiento y palabra y acto que sea mezquino, no honorable o impuro y en el que se cultivará todo lo que sea virtud, verdad, masculino y caballeroso». La institución se sostuvo hasta la independencia con las aportaciones de los Príncipes que reinaban en diferentes estados. Hoy el colegio es propiedad del Gobierno de Pakistán que no aporta un céntimo a su sostenimiento. Cuando el actual director, el australiano Michael Alister Thomson, asumió el gobierno de la institución en 2015, ésta había tenido cinco directores en cuatro años, estaba arruinada, apenas había internos y había edificios sin tejado. Hoy tienen 3.100 alumnos de los que 400 son internos. En torno a él viven 5.000 empleados –lo que convierte al director, más bien, en un alcalde. Y están construyendo dos edificios nuevos para poder tener más internos. El 80 por ciento de todos ellos paga su matrícula y el 20 por ciento restante recibe una beca del propio colegio. Yo comprendo que cuesta entender que una institución como ésta pueda representar una gran esperanza para el país, Y más que con ese número de alumnos pueda ser elitista y represente un futuro mejor, pero si recordamos que este país tiene 250 millones de habitantes, es más fácil comprenderlo. Aunque también hay que recordar que de las elites puede salir un producto equivocado. En el recién reconstruido pabellón de cricket hay una gran foto de un antiguo alumno y ex primer ministro, Imran Khan, lanzando la bola en un partido de cricket. Impresa en la imagen, una cita de él mismo: «Creí en mí mismo. Nunca me vi como otro jugador cualquiera». Ni tampoco tenía abuela.

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