Tamames
Marzo siempre ha sido un mes benévolo para el PSOE, que llena las calles o las cierra para llegar o quedarse en el poder
Acaban de cumplirse 19 años del 11-M y tres del confinamiento inconstitucional impuesto por Pedro Sánchez para tratar de frenar las consecuencias de su negligencia previa, cuando permitió la celebración de cualquier evento multitudinario para no tener que suspender el 8-M.
Marzo es un mes nefasto en el catálogo de calamidades recientes provocadas o explotadas por el PSOE, que con Zapatero y Sánchez se comporta como un peatón que, al ver a una persona accidentada en la acera, se acerca a quitarle la cartera.
El 11-M comenzó todo, con el beneficio electoral imprevisto de un atentado yihadista que llenó las sedes del PP de manifestantes y las urnas de votos cabreados para el PSOE gracias a la torpeza popular, que no lo vio venir, y el juego sucio socialista, que culpó a su rival del atentado.
Si antes de llegar al Gobierno al PSOE le interesa siempre llenar las calles, cuando está en él se preocupa más de vaciarlas: usó la llamada ley mordaza, que en realidad solo es un bozal para quienes confunden protesta con vandalismo, para disuadir toda manifestación durante la pandemia y para multar a los disidentes. Y remató la faena convirtiendo España en una gigantesca mazmorra con un confinamiento masivo declarado luego, por dos veces, inconstitucional.
Marzo viene de Marte, el Dios romano de la guerra, y el PSOE es, desde al menos la dimisión de Rubalcaba, un partido belicoso y beligerante que ahora tiene, con la moción de censura, otra ocasión de prolongar su buena suerte proverbial de cada tercer mes del año.
Porque, con ese invento, vamos a tener que dejar de hablar del Tito Berni, de la mezcla de prostíbulo y oficina mafiosa que ha sido el Congreso, de la suelta en masa de violadores y pederastas, de la quiebra económica en marcha, de la brutal subida de las hipotecas, de las tremendas subidas fiscales para pagar las pensiones o de la fractura interna del Gobierno, que es una mezcla obscena de guardería y ejército de Pancho Villa.
Y todo para ver a Ramón Tamames sentirse un poco como Clint Eastwood en Cowboys del espacio en una última misión lunar en la senectud que tiene a Sánchez emocionado.
Ya lo estaba por la ocasión de cohesionar de nuevo a sus socios frente al enemigo común, esa inexistente ultraderecha que tanto gusta al antifranquismo de pega que ejerce de némesis, pero ahora va a alcanzar el paroxismo ante la posibilidad de que Tamames le acabe haciendo la censura a Vox y al PP con sus peculiares teorías sobre la nación o la bandera española, perfectamente válidas para el propio PSOE.
Nadie puede quitarle a Vox su derecho a utilizar una herramienta perfectamente constitucional. Ni negarle la sinceridad de su deseo de desalojar a Sánchez y su Gobierno de confrontación de un poder que utiliza como Calígula y Atila juntos.
Pero si las consecuencias prácticas de esa buena intención son las opuestas a las pretendidas, alguien debería haber echado el freno, salvo que la única manera de debilitar a Feijóo sea reforzar a Sánchez y ese objetivo sea en realidad el único importante. Primero España, claro, pero después de todo lo demás.