Un país de fanáticos
Alguien tiene que revertir esa situación o España acabará suicidándose, que es la forma más tonta de morir
Aunque estamos en Semana Santa, todavía no llegamos al día de amor fraterno, por eso no quiero que malinterpreten mis palabras de hoy con un buenismo alejado de la vida y política real. Debo insistir, no obstante, porque creo en ello firmemente, que la defensa de mis valores e ideas no puede suponer la negación de la existencia, y el respecto por ellos, de otros pensamientos. España vive un mal momento en esa materia. Probablemente, no es exclusivo de nuestro país. La polarización ideológica se produce prácticamente en todo Occidente. A ello está contribuyendo el hiperdesarrollo de la industria digital y ese algoritmo que termina encerrándonos a todos en nuestra particular burbuja ideológica, sin darnos oportunidad de abrir las ventanas a los vientos distintos de quien no piensa como nosotros.
Renunciar a tus propias ideas y valores tampoco es el camino, pero la tolerancia y la flexibilidad mental sí. Puede parecer contradictoria la anterior afirmación con mi queja siguiente, orientada a determinadas corrientes ideológicas como los nacionalismos periféricos que hoy padecemos en España y que han huido de la racionalidad para instalarse en una religión laica, caracterizada por el odio al otro. Pero no hay falta de coherencia en ello.
Es curioso que fueran más tolerantes y democráticas las generaciones formadas en el franquismo que la que hoy representan Pedro Sánchez o Pablo Iglesias, nacidos ya en tiempos más modernos. Tal vez tenga que ver con el empeño de la izquierda, desde Felipe González hasta nuestros días, en enseñarnos a ser ciudadanos desde su paradigma. Por no lamentar, una vez más, el enorme error de haber cedido la educación a las autonomías. Alguien tiene que revertir esa situación o España acabará suicidándose, que es la forma más tonta de morir. Seguro que, en algún lugar, estudiando bachillerato o tocando el piano en un conservatorio, se encuentra el líder que este país necesita para convencernos a unos y a otros de volver a la cordura y dejar de ser un país de fanáticos. Alguien con capacidad de convencernos de que los problemas se resuelven enfrentándolos y con coraje político. Cuando solo posees una verdad y te empeñas en ella, terminas siendo exactamente eso: un extremista.