Se va Ferrovial, perdemos todos
Otro punto perdido para España y sus ciudadanos, una sociedad mayoritariamente trabajadora y cosmopolita, que, a medida que el tiempo pasa, mira con más extrañeza las salidas de tono y excentricidades de sus políticos. Están ganando a pulso la desafección
Cuando, este jueves, cuenten los votos emitidos por los accionistas de Ferrovial, la dirección de la empresa respirará aliviada. Salvo sorpresa mayúscula, todo apunta a que, como desean, podrán hacer las maletas rumbo al norte, al corazón de Europa. La señal que hace prever ese veredicto es el cambio de posición de Norges Bank. En apenas veinticuatro horas, ha pasado de pronunciarse en contra de la fusión de la constructora con su filial en los Países Bajos a anunciar públicamente su voto favorable. No cabe duda de que en la cúpula de la constructora se han ocupado de explicar, con todo lujo de detalles, los beneficios que esta operación puede generar al fondo soberano noruego. Es su deber. La primera premisa para obtener el éxito deseado es perseguirlo con denuedo, no dejar nada al azar. Y en la sede de la calle Príncipe de Vergara en Madrid deben estar haciendo horas extra en las últimas semanas.
Ferrovial, sus trabajadores y accionistas, ganarán si se van. O eso es al menos lo que esperan de esta operación. Pero, se vaya o no, perderemos el resto de españoles. Ya lo hemos hecho, porque, en su desmedido afán de desmentir la inseguridad jurídica que la empresa alegó en un primer momento para anunciar el traslado a Holanda, el gobierno ha hecho buena esa demoledora acusación. Desde la Moncloa y desde el Ministerio de Economía han denigrado y criminalizado a los empresarios en general y a unos cuantos –artífices de historias de éxito– en particular. Han elevado impuestos y cotizaciones sociales para financiar sus políticas de empobrecimiento colectivo, lastrando el atractivo, rentabilidad y competitividad de sus negocios hasta límites insostenibles. Y, cuando no quedaba más tasa o figura jurídica que endurecer –porque, si así fuera, ya lo habrían subido– han amenazado, con el fin de amedrentar a los accionistas, con inspecciones y demandas de la Agencia Tributaria. Sólo queda una larga y costosa batalla en los tribunales, que no deberíamos descartar.
A ver quién es el valiente que se atreve ahora a plantear un traslado de la sede social sin los parabienes preceptivos del poder político. Serán pocos. O ninguno. A ver quién es el listo que, desde cualquier plaza financiera, estudia la posibilidad de crear o instalar en nuestro suelo una nueva empresa. A estas alturas, lo que todavía cabe preguntarse es por qué el gobierno ha organizado este lamentable espectáculo si no tenía garantía alguna de salir ganando del envite. Más allá de la protesta o el obligado lamento oficial, ¿qué sentido tenía montar todo este lío, más allá de agradar a unos cuantos extremistas? Las consecuencias del acoso al que ha sometido a Ferrovial perdurarán durante años. La confianza, en la vida como en los mercados, se pierde en segundos y cuesta lustros y mucho esfuerzo recuperarla.
Otro punto perdido para España y sus ciudadanos, una sociedad mayoritariamente trabajadora y cosmopolita, que, a medida que el tiempo pasa, mira con más extrañeza las salidas de tono y excentricidades de sus políticos. Están ganando a pulso la desafección.