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Pecados capitalesMayte Alcaraz

El soplamocos de Sánchez

El PNV llora ahora por las esquinas, quejándose de que Sánchez les ha tratado como si fueran pañuelos desechables para los mocos: «Nos usa y nos tira, y vuelve a coger otro clínex», ha dicho la plañidera Ortuzar

Actualizada 01:30

No hay partido más tóxico, cínico, felón y falto de escrúpulos que el PNV. Y mira que tiene competencia en España. Lo primero que hizo fue inventarse la palabra Euskadi, un día que el racista Sabino Arana, su fundador, se levantó inspirado. Una región que siempre se había llamado País Vasco, o Vascongadas, pasó a denominarse Euskadi, porque lo mandaba el PNV e hizo fortuna entre los progres de Madrid. El País Vasco pasó así a mudar de nombre, a levantar una bandera que se habían sacado de la txapela, la «ikurriña», y a imponer un idioma degenerado del batúa, una lengua rural que no entendían ni los naturales del terruño. Hoy ese invento nacionalista lo hablan habitualmente menos del 25 por ciento de los vascos y eso a pesar de que el Gobierno autonómico se ha fundido millones y millones de euros públicos en aplastar el castellano e imponer la inmersión lingüística, que no es otra cosa que, en lugar de respetar la convivencia de ambas lenguas, prohibir a la gente que hable la de todos los españoles (segunda del mundo) y aprenda otro idioma, inservible en cuanto uno se desplaza unos cuantos kilómetros arriba o abajo de los Pirineos.

Mientras el exterminio racista lo lideró ETA, el PNV miró para otro lado. Eran «los chicos de la gasolina», los que «agitaban el árbol» para que Arzalluz, Garaicoechea e Ibarreche recogieran las nueces. Así fueron pasando los años, los entierros, los ataúdes blancos, la bicoca del cupo, las competencias cedidas gustosamente por PSOE y PP desarmando al Estado, a cambio de provechosos votos en el Congreso. Y llegamos a 2018, cuando una mala tarde de junio el partido que acababa de aprobarle los presupuestos a Rajoy, el PNV, viró el periscopio y vendió sus cinco escaños al PSOE para que pudiera sumar los 176 necesarios –llegó a 180– que le sirvieron para aprobar una moción de censura y echar al líder del PP de Moncloa, apostando así por un exconcejalillo de Madrid, que atendía al nombre de Pedro Sánchez Pérez-Castejón, como presidente del Gobierno de una nación a la que odian, pero sobre cuyo futuro, una vez más, fueron determinantes.

Lo que no sabían Ortuzar, Esteban y Urkullu, lobos de afilados dientes bajo una piel de cordero, es que su candidato a arruinar España además de hacerlo con denuedo alimentaría a sus rivales más peligrosos –Batasuna alias Bildu–, que pasarían de matar a 850 inocentes, extorsionar a miles de ciudadanos y echar de su tierra a 180.000 vascos, a formar parte de la gobernabilidad de España y dirigir sus objetivos contra los burgueses del PNV para levantarles Ajuria Enea y su poder territorial. El 28-M comprobaron la fuerza de la arremetida (Otegi ya está a menos de dos puntos y ha obtenido un triunfo histórico en Vitoria e igualado en ediles a los peneuvistas en San Sebastián) y ahora lloran por las esquinas, quejándose de que Sánchez les ha tratado como si fueran pañuelos desechables para los mocos: «Nos usa y nos tira, y vuelve a coger otro clínex», ha dicho la plañidera Ortuzar.

La venganza poética no descansa. Y en esa mayoría de malos para aupar a Sánchez a un Gobierno que no había ganado en las urnas había demasiadas dosis de canibalismo, odio y traición para que alguno no recibiera una dentellada mortal. El primero fue Iglesias, el segundo, el PNV, y Sánchez lleva camino de ser el tercero… 23 de julio mediante.

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