Vara y el Puerto Hurraco del PSOE
Lo que quedará el 23-J en la calle Ferraz será tierra quemada, tierra estéril bien ganada después de que la dirigencia entera se haya puesto de canto ante los desafueros del Sumo Líder
No sabemos lo que ocurrirá el 23 de julio. Está por ver, pero conociendo a Pedro Sánchez nada es imposible, incluso que se declare otra pandemia, como advierte la OMS, y nos dé otra chapa para encerrarnos, suspenda elecciones y se proclame presidente interino sin caducidad. Descartada la hipérbole, todo hace pensar que España le mandará a casa, que él intentará meter cabeza en la OTAN, que escribirá ese libro que nos maliciamos titulado «Yo fui víctima del trumpismo», que se comprará una mansión en Somosaguas junto a su amigo Zapatero, que Pablo Iglesias declarará la alerta antifascista e incendiará las calles (menos la suya de Galapagar) y que los sindicatos saldrán del sarcófago y montarán una huelga general a Feijóo. Pero ¿qué pasará cuando el PSOE se mire al espejo y compruebe lo poco que queda de él tras la galerna sanchista?
En ese partido huele a muerto, por eso va a necesitar un buen forense que lo abra en canal y proclame la causa del óbito, como hace años tuvieron que hacer los griegos con el PASOK, los franceses con el todopoderoso PSF o los italianos con el PSI del corrupto Bettino Craxi; como aquellos, su tumba se la habrá buscado con empeño, aliándose con filoterroristas y populistas de la peor estofa. Y para certificar el deceso, allí estará Fernández Vara, el barón extremeño cuya connivencia con Sánchez durante estos años ha sido tan escandalosa que no va a poder conservar la presidencia –salvo que el PP se quiera suicidar–. En una hilarante pirueta teledirigida por Moncloa, ha reculado tras anunciar su reingreso en la carrera de medicina legal para evitarle a su partido una desbandada en pleno proceso de las generales. Será su último servicio al PSOE: practicarle un examen forense, como hizo en Puerto Hurraco cuando ejercía su profesión en Badajoz allá por los años 90.
Cuando Sánchez apague la luz, ni siquiera estarán los barones que un día le cantaron las verdades del barquero y que se encargó de laminar, como al asturiano Javier Fernández, que pagó haberse abstenido en la investidura de Rajoy. Con la limpia que les ha procurado Pedro el 28-M, solo queda Page, y su reputación no es la mejor para asumir la titánica labor de levantar un edificio en ruinas. Su Sanchidad ha dinamitado todos los contrapesos en el partido, el otrora poderoso comité federal es hoy un rebaño de corderitos, y los cargos intermedios están ocupados por parados de larga duración si no fuera por la bicoca pública, como Patxi López, María Jesús Montero, Pilar Alegría o Santos Cerdá.
Por mucho que se rasque, es difícil encontrar socialistas en Ferraz que no hayan vendido su alma al diablo y prostituido las esencias del que fuera partido constitucionalista desde la transición. Los que quedan han sido orillados e incluso humillados durante este quinquenio de oprobio, como Leguina, Redondo Terreros, Paco Vázquez o César Antonio Molina, aunque eso no ha evitado que hayan denunciado las tropelías de su secretario general y clamado en el desierto socialista. Sus escrúpulos nos han salvado del silencio lanar de sus compañeros ante el proceso de erosión de las instituciones y el encamamiento del presidente con los golpistas de ERC y con los herederos de ETA.
Lo que quedará el 23-J en la calle Ferraz será tierra quemada, tierra estéril bien ganada después de que la dirigencia entera se haya puesto de canto ante los desafueros del Sumo Líder. Para Vara será rememorar un nuevo Puerto Hurraco.