El «nasty party» es ahora el PSOE
Se ha convertido en el partido antipático y desagradable, a pesar de sus políticas del gasto sin fin y de su sociedad de los derechos ilimitados y las obligaciones cuestionables
Lo del nasty party lo inventaron los británicos para referirse al problema de imagen del Partido Conservador como partido antipático y desagradable, y fue luego importado a España para aplicarlo al Partido Popular, sobre todo en la primera década de este siglo. Los conservadores, se decía, eran unos elitistas que recortaban el Estado del Bienestar, los que acababan con la fiesta progresista del gasto ilimitado del Estado, los que reñían, los que hablaban de responsabilidades y obligaciones.
Y he aquí que ahora el nasty party en España es el Partido Socialista, todo un logro, teniendo en cuenta su extraordinaria inversión de esfuerzos en los últimos años en ese mensaje del progresismo humanitario y protector frente al neoliberalismo elitista y la derecha extrema. El PSOE se ha convertido en el partido antipático y desagradable, a pesar de sus políticas del gasto sin fin y de su sociedad de los derechos ilimitados y las obligaciones cuestionables. Por obra y gracia del sanchismo, sobre todo.
El adelanto electoral que ha enfadado también a los propios votantes socialistas ha sido la guinda de esa nueva aura de nasty party. Encarnada por el Pedro Sánchez enfadado que exige a los españoles que interrumpan sus vacaciones para elegirle de nuevo como presidente contra la derecha extrema y la extrema derecha. Su estilo soberbio y provocador ya venía alimentando la imagen de nasty party desde hace mucho tiempo, y la derrota y la negativa a aceptarla han acabado de apuntalarla. Por primera vez quizá en nuestra democracia, el nasty party es el PSOE, y la otra cara de la moneda es el PP. Porque tanto Aznar como Rajoy ganaron elecciones sin lograr deshacerse por completo de esa imagen, cuando los españoles necesitaban una alternativa que arreglara los desperfectos de la fiesta socialista.
Ahora, ni siquiera con el descontrol de gasto público los socialistas han conseguido evitar la deriva de su imagen. A ello han contribuido notablemente, claro está, los partidos de extrema izquierda con los que gobiernan, desde Montero y Belarra, hasta Rufián y Otegi, que o bien llaman explotadores y privilegiados a una buena parte de los españoles o bien exigen marcharse de esa nación imperialista y retrógrada que sería España. Y en ese contexto, llega Amparo Rubiales, mujer e histórica del PSOE, para protagonizar un lamentable episodio antisemita llamando «judío nazi» a Elías Bendodo, e insistiendo, además, en sus descalificaciones tras ser obligada a dimitir como presidenta del PSOE de Sevilla. Es decir, las supuestas marcas socialistas del feminismo, la tolerancia y la diversidad convertidas en bochornoso antisemitismo. Por si al antipático y desagradable sanchismo le faltara algo para ser repudiado por los españoles.
En este cambio de roles hay también algo de cambio de ciclo en la llamada batalla de las ideas y de las palabras. De la hegemonía aplastante de la izquierda al nuevo protagonismo de la derecha. Del poder movilizador de palabras como progresismo e igualdad, a los sentimientos de turbación e incredulidad. De la izquierda inmaculada a los rostros gobernantes del comunismo. Y de la inquietud por la derecha extrema y la extrema derecha a la burla cuando Pedro Sánchez nos amenaza con ellas.