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Aire libreIgnacio Sánchez Cámara

Tu obra bien hecha

Uno acaba por saber que todo lo importante se encuentra en su interior

Actualizada 01:30

El autor de una vieja antología escolar para estudiantes de once años, publicada en 1960, Gonzalo Torrente Ballester, escribió en el prefacio: «Naciste hombre, y hombre serás eternamente. Y has sido puesto en el mundo para vivir entre hombres, para sufrir y gozar con ellos, y para hacer con ellos, entre ellos, tu vida, minuto a minuto. Porque, al hacerte hombre, se te dio una vida para que la vayas haciendo: una vida de la que serás responsable».

Nunca olvido mis once años, esa edad en la que estás dejando de ser niño y todavía no eres hombre. La memoria ha crecido. El futuro parece ilimitado. La suerte no está echada, pero la siembra ha concluido. Queda lo mejor: la cosecha.

La educación no consiste en aprender muchas cosas, sino una sola, la única importante: aprender a ser hombre. La educación es la experiencia de la grandeza (Jonathan Swift), el proceso de humanización, la forja de la persona, el camino del espíritu.

A los once años se es aprendiz de hombre, pero el aprendizaje nunca acaba. Se muere siendo aprendiz, aprendiz de hombre. Uno acaba por saber que todo lo importante se encuentra en su interior.

Pocos tesoros educativos hay comparables a los consejos que san Agustín ofreció a la juventud del siglo IV. Entre ellos: «No busques puestos de mando si no estás dispuesto a servir. Busca a Dios; que su conocimiento llene tu existencia, y su amor colme tu corazón. Desea la tranquilidad y el orden para desarrollar tu estudio y el de tus compañeros. Pide para ti y para todos, una mente sana, un espíritu sosegado y una vida llena de paz».

Debemos huir de la prisa y amar el silencio. Nunca estamos solos. En la soledad, nos habla Dios. Recemos cada día la vieja plegaria hindú: «¡Señor, despiértanos alegres y danos conocimiento!». Al fin y al cabo, la alegría y el conocimiento son la misma cosa.

Nunca perdamos la fe. La fe en Dios, en la condición humana, en nosotros mismos. Como descansábamos de niños en los brazos de nuestra madre, descansemos en los brazos de Dios y en los de su Madre. Nada podemos sin la gracia de Dios, pero nada puede la gracia de Dios sin nuestras acciones libres.

En la vida no se descuenta el tiempo perdido ni hay «tiempos muertos».

He aquí un pequeño decálogo de buena educación. Desde luego, incompleto.

Hay que saber y poder estar solo, con uno mismo, sin hacer nada más que callar y escuchar.

Es preciso callar mucho más que hablar. El silencio es un modo de vida y cura las enfermedades del espíritu.

Debemos hablar nada de uno mismo, poco de los demás y mucho de las realidades.

Nunca insultar ni gritar.

Perdonar siempre.

Nunca juzgar a los demás.

Crear algo cada día, por pequeño que sea. La creación es lo que nos hace semejantes a Dios.

Aprender todos los días algo. La escuela de la vida no cierra nunca ni se toma vacaciones.

Hacer cada jornada, al menos, una buena acción en la que se derrame el amor que alberga nuestro corazón.

No mentir nunca. Toda mentira es traición o cobardía.

Como escribió Eugenio d´Ors: «Todo pasa. Pasan pompas y vanidades, pasa la nombradía como la oscuridad. Nada quedará, a fin de cuentas, de lo que hoy es la dulzura o el dolor de tus horas, su fatiga o su satisfacción. Una sola cosa, Aprendiz, Estudiante, hijo mío, una sola cosa te será contada, y es tu Obra Bien Hecha».

Y esa obra quedará, porque tu vida es eterna. Como rezamos en el Credo: «Creo en la resurrección de la carne». Tu vida es tu obra bien hecha.

Para Álvaro. Hoy cumple once años, la edad de oro

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