La planchadora
El postureo planchador de la submarquesa es prueba irrefutable de su acelerada marcha hacia la absoluta mentecatez
Aparece en El Epigrama Español atribuído al insignificante poeta Ramón de Alvís.
Planchando sobre una mesa,
Una blusa encantadora
De la señora marquesa.
Y decía para sí
Ya con la blusa planchada:
«Si no me tuviera a mí,
Iría siempre arrugada»
De ahí, el ejemplo universal que nos ha dado doña Yolanda Díaz, submarquesa de Fene, planchando su blusa de seda en su hogar oficial, rodeada de fotógrafos, padeciendo la crueldad de una temperatura de 17 grados centígrados, e impidiendo que las cinco personas a su servicio en el hogar que habita de gorra, lo hagan por ella. Adjunto dos pareados, en esta ocasión de mi autoría:
Plancha cuando le conviene
En su planchero enfriado
Con aire acondicionado
Me ha encandilado su gesto de concentración. Planchar una blusa de seda de Hermés, Löewe, Prada o Givenchy precisa de muchas horas de vuelo. Una presión extralimitada de tiempo puede originar un agujero en la blusa de imposible reparación. Y a un mitin no se va con agujeros en las blusas, del mismo modo que Sánchez no sube a la tarima de la gloria sin que, previamente, su asesor de cremalleras compruebe que lleva la bragueta correctamente clausurada. De ahí el mimo, el afán de superarse en el planchamen blusero, la serenidad pasmosa transformando las arrugas sobre la seda en una pista de patinaje para las moscas. Y sobre todo, cumpliendo a rajatabla las recomendaciones del Gobierno de la que ella es, amén de vicepresidente, ministra de Trabajo. Mantener a 17 grados el aire acondicionado, a pesar del gasto energético que ello supone, y de la factura de la luz, que ella no abona. Podría haber ajustado el aire a 20 grados, pero su modestia se lo impide. Diecisiete grados es más de pueblo, más de gente, más llevadero. Y sin aire acondicionado, planchar es un suplicio y origina riachuelos de incontrolada sudoración.
No obstante, reconozco que no llego a entender el objetivo del posado. Planchar una blusa de seda no garantiza un aumento de votos. Hay algo de delirio de la Cenicienta en las actitudes de la submarquesa comunista, que reúne en su alambicada personalidad rasgos y gestos de la Cenicienta, de la madrastra, de las primas feas, y de los zapatitos de cristal.
Sucede que los zapatitos de cristal de La Cenicienta trabajadora y humilde no le cabrían, porque tiene un par de pies de prolongada quesería. Vuela por las redes una imagen de la planchadora del aire acondicionado, arreglándose los pies por una pedicura , y éstos presentan enormes proporciones. El profesor Ginaldi, que no es necesario que explique a los lectores de El Debate quién es y a qué se dedica, por ser de todos conocido, asegura que el tamaño de los pies está relacionado directamente con las dimensiones del apéndice nasal y el tamaño de las oquedades en el cerebro.
Es decir, que el postureo planchador de la submarquesa es prueba irrefutable de su acelerada marcha hacia la absoluta mentecatez.
Y no lo digo yo, sino el profesor Ginaldi, de reconocido prestigio.
Para mí, que es simplemente tonta, dicho sea con todo mi respeto.