Lealtad
Don Juan Carlos renunció a asistir por lealtad a su hijo, y el Rey Felipe se alzó como el gran protagonista en el «Royal Box» de Wimbledon. Iceta provocó la risa del realizador de la BBC
El Rey Don Juan Carlos tenía todo preparado para volar a Londres y asistir a la final del torneo de tenis de Wimbledon. Cuando un español disputó la final, Don Juan Carlos estuvo ahí. Rafa Nadal y Garbiñe Muguruza dan fe de ello. Pero canceló el viaje cuando supo que asistiría su hijo, el Rey Felipe VI –Felipe IV para Rosa Villacastín–, y privar con su presencia el protagonismo al Rey, que también dio suerte, y de la buena, al prodigioso Carlitos Alcaraz. Y eso, en mi pueblo, se llama lealtad.
El realizador de la retransmisión se ocupó de pinchar con frecuencia la imagen el Rey, que fue más enfocado que los Príncipes de Gales. Por un lado, demostró su respeto por la presencia del Rey de España, y por el otro, con cruel humor británico, estableció en imágenes la diferencia que existe entre un Rey que sabe estar donde sea, y un individuo con muy mala punta, que se sentó a la derecha de Don Felipe. Mi gran amigo Mark Inch me envió un mensaje en el que me preguntaba. «¿Quién es el botijo regordete que acompaña a vuestro Rey?»; «el ministro de Cultura y Deporte del Gobierno de España»; y me mandó un nuevo y sintético mensaje, «Enhorabuena por el Rey, y lo siento mucho por el ministro. ¿Cómo puede ser ministro de Deporte semejante ceporro?».
Ya he escrito que Mark Inch, amigo desde la juventud, es el inglés que mejor habla y escribe en español de cuantos he conocido, y guarda en su memoria un vocabulario excepcional y castizo.
Entre las desgracias y contratiempos que un Rey de España está obligado a padecer, destaca el de tener que soportar las malas compañías oficiales. En los momentos culminantes de la final, Iceta se dedicó a consultar su móvil. Posteriormente, ya con Carlos Alcaraz abrazado al precioso trofeo de vermeil del vencedor de Wimbledon, se dirigió al Rey con todo respeto y gratitud por su presencia, y olvidó al búcaro que acompañaba a Su Majestad. Reacción absolutamente lógica. Alcaraz es un portentoso deportista español e Iceta un ministro que está amparando y ayudando a suavizar el mayor escándalo de corrupción y soborno del deporte español del siglo que llevamos y del XX que se fue. El Rey, como su padre, su abuelo, y su bisabuelo, es un notable deportista, y respeta la honestidad en el deporte. Su tatarabuelo, no tanto. Alfonso XII no destacó por su pericia en el deporte. Hacía gimnasia con escaso entusiasmo. Cuando conoció los, llamados en su tiempo, baños de ola en la playa del Sardinero, mandaba que le enviaran en un transporte cualquiera, medio centenar de barriletes de agua de la bahía de Santander al palacio de Riofrío. Se vestía con un «maillot» de bañista de la época, rayado horizontalmente de franjas blancas y azules, y en pleno bosque segoviano, entre gamos y ciervos, le salpicaban de agua salada para refrescarse. Pero no mantuvo una relación intensa con el deporte, como sus descendientes hasta Felipe VI –Felipe V para el «caganer» de Waterloo–.
Y los españoles orgullosos de nuestra Historia, aplaudimos la presencia del Rey, su estilo, su sentido de la medida para reprimir el entusiasmo y sonreír en los momentos complicados de la final, eso que se traduce por buena educación. El triunfo de Carlos Alcaraz, murciano y español hasta las cachas, a los 20 años en Wimbledon y teniendo al otro lado de la cancha al mejor tenista de los últimos 50 años –con Nadal y Federer–, mereció la presencia de los dos Reyes. Pero Don Juan Carlos renunció a asistir por lealtad a su hijo, y el Rey Felipe se alzó como el gran protagonista en el «Royal Box» de Wimbledon. Iceta provocó la risa del realizador de la BBC.
Una tarde inolvidable.