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Post-itJorge Sanz Casillas

Lo que aprendimos de Rubiales

Aunque dimitiera hoy, ya va tarde. No por nada, sino porque en 45 minutos hizo cosas que nadie haría no ya delante de los reyes, sino en presencia de sus padres

Actualizada 02:30

Cuando todavía muchos se debatían entre la hilaridad y el espanto, cuando todavía lo-de-Rubiales parecía tener una explicación razonable, en este tu periódico decidimos hacer una cosa que es bastante recomendable no ya solo en el periodismo, sino en la vida misma: preguntar a quienes saben.

Llamamos por teléfono a un catedrático en Derecho Penal en quien solemos apoyarnos cuando la política se pone a explorar los contornos de la legalidad, que es algo que ocurre bastante a menudo, dicho sea de paso. Es la misma persona a la que preguntamos en su momento por los contratos del hermano de Ayuso, por los de Salvador Illa durante la pandemia o por ese proyecto nefasto del 'solo sí es sí'. Este hombre, cuyo nombre omito por si no le apetece verse aquí, nos dijo sin ningún tipo de apasionamiento que lo-de-Rubiales era perfectamente constitutivo de delito. Y concretamente de uno de agresión sexual.

Aunque dimitiera hoy, Luis Rubiales ya va tarde. No por nada, sino porque en 45 minutos hizo cosas que nadie mínimamente centrado haría no ya delante de los reyes, sino en presencia de sus padres. En lo que dura un capítulo de Netflix, Rubiales se llevó la mano a la entrepierna en mitad del palco presidencial, besó en los labios a una subordinada y se echó a los hombros a otra como si fuera el butanero. Lo ocurrido con este hombre, que ya acumulaba méritos suficientes como para dudar de su idoneidad, ha sido un ejemplo televisado de lo que no hay que hacer. Con lo-de-Rubiales mucha gente habrá aprendido que no hay por qué tocar. Que no es imprescindible dar dos besos si estrechando la mano se entiende ya el mensaje. Que donde hay confianza da asco y que, donde no la hay, ni te cuento.

Quienes también han aprendido mucho estos días han sido Isabel Rodríguez o Félix Bolaños, que lleva desde el domingo fingiendo una determinación que aún no ha demostrado con Irene Montero, cuya ejecutoria ha sido bastante más lesiva que la del presidente de la Federación.

En los últimos días se han impartido unas lecciones de ejemplaridad que nadie ha pedido, pero que son una ventana de oportunidad (como dicen los pedantes) hacia una vida pública más ordenada. ¿Qué habría sido de España si tuviera un presidente con los mismos escrúpulos hacia el malversador, el sedicioso y el prófugo que hacia Luis Rubiales? Pues empezando por lo más reciente, no iríamos hacia un parlamento con traducción simultánea, no tendríamos un Código Penal en los huesos y ERC y Junts no tendrían grupo propio en el Congreso en cumplimiento del «mandato de las urnas» (como les gusta decir), ahorrándonos además un millón de euros al año y un montón de matraca parlamentaria.

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