Yoli en la peluquería
Ya no hace falta explicar por qué toleras o impulsas la destrucción de tu país: basta con hacerte el ofendido y la víctima y debate resuelto
Le ha sentado muy mal a la izquierda radical, que es toda en España, la respuesta de Alfonso Guerra a las críticas de Yolanda Díaz a Felipe González por denunciar su sometimiento a Puigdemont: «Le habrá dado tiempo entre una peluquería y otra», dijo en una entrevista con Susanna Griso.
La frase, según la ministra de Igualdad que ha ayudado a 1.200 violadores y pederastas con su ley del bluf es bluf, juega en la misma liga que el célebre piquito de Luis Rubiales, si bien esta vez no parece probable que intervenga la Fiscalía para acusar al veterano socialista de un delito de agresión sexual.
«No es novedoso que algunos hombres respetados, como Alfonso Guerra, tiren de machismo en ‘modo Rubiales’ para cuestionar a una mujer que hace política. Hoy le ha tocado a Yolanda Díaz. Es tan habitual como inaceptable. España ya ha cambiado, aunque no se hayan dado cuenta», dijo Irene Montero, utilizando el plural incriminatorio para todo bípedo binario y cisgénero, que es como creo recordar se llama ahora al hombre de toda la vida.
Que me perdonen los heraldos de la inclusividad si no acierto en la definición exacta del concepto, pero he estado ocupado comprobando que en España mueren asesinadas las mismas mujeres que antes y han subido los delitos sexuales y no me ha dado tiempo a estudiar la brillante manera de combatir ese triste fenómeno por parte de las partisanas de Igualdad:
Adelantar la salida de prisión de 121 violadores, permitir el cambio de sexo y el aborto a menores de edad sin tutela paternal y legislar el «sexo sentido» y no binario, que permite a cualquiera declararse pingüino de Humboldt si no se siente cómodo en las castrantes categorías de hombre o de mujer.
La réplica a Guerra, que se hubiera ahorrado los sopapos de haber llamado «estilista» a la peluquera fija discontinua que sin duda atiende con frecuencia a Díaz, con buenos resultados a juzgar por la mejora capilar de la susodicha desde sus tiempos abertzales en Ferrol; es en realidad la tinta del calamar expandida para no tener que responder a lo sustantivo de sus críticas.
Que básicamente son, como las de Felipe González, por la insolvencia constitucional de impulsar una amnistía con la que intentar comprarse un Gobierno y por la locura que supone negociarla en una reunión en el extranjero con un prófugo de la Justicia española, todo ello como previsible anticipo de una rendición aún mayor: la aceptación del «derecho a decidir» a través de un referéndum de independencia limitado al censo catalán.
Sin entrar en el juego de valorar si las referencias capilares de Guerra son más o menos procedentes o equiparables con las psicológicas vertidas contra Ayuso o las anatómicas sobre Cañete, una por loca y otro por gordo, la utilización del debate menor para esquivar el mayor es otra prueba de las lamentables consecuencias del universo woke que nos invade, un recurso barato para justificar las peores tropelías en nombre de los mejores valores.
El PSOE ha renegado de sus padres fundadores, dos octogenarios preocupados por la deriva de un país que ayudaron a construir desde 1978, con desprecios a su edad, intereses o promotores; sin invertir ni un segundo en argumentar en qué están equivocados por temer que el nuevo líder de su partido vaya a destruir el edificio constitucional por lograr retener el puesto gracias a un fugitivo, un sedicioso y un terrorista.
Y a Yolanda Díaz puede valerle con disfrazarse de Jenny Hermoso, aunque sea degradando la parte muy respetable de la hiperventilada respuesta del fútbol femenino al rubialismo endémico de la Federación, para esconder la certeza escandalosa de que está negociando la cohesión legal, histórica y social de España para seguir ejerciendo de vicepresidenta.
De dos políticos de altura como Sánchez y Díaz, al menos en lo referente a sus atribuciones institucionales, cabría esperar discursos más elaborados y concretos para tratar de explicar la aventura de supervivencia emprendida por ambos, pero lo que tenemos es la prueba definitiva de la degradación intelectual de España, donde todo el mundo es ya víctima de algo pero responsable de nada.
Les sobra con llamar facha, viejo, machista o todo a la vez al disidente. Ojalá salgan muchos de ellos a la calle el próximo domingo. Si nos van a insultar, que sea en grupo y al menos sin queden sin dedos suficientes para contarnos.