En manos del cobarde
Si ni siquiera con la certeza de tener una mayoría se atreve a dar la cara, si ni con ese apoyo es capaz de subir al estrado y decir la verdad, es que estamos en manos de un cobarde que es la encarnación misma del mal
Vivimos el momento más difícil de nuestra democracia desde que se instauró ésta. No discuto si la democracia llegó con las elecciones de 1977 o con la Constitución de 1978. A estos efectos es una discusión marginal. El momento es peor que el 23F porque entonces los golpistas eran una minoría frente a una inmensa mayoría defensora de la Constitución. Pero España hoy está rota casi por la mitad a la luz del resultado de las últimas elecciones. Una ruptura que se puede resumir en que los representantes de la mitad del electorado van a violar la Constitución. Incluyendo al actual presidente del Gobierno en funciones y, con toda probabilidad, próximo titular del cargo. Y, en esa línea de razonamiento, lo más relevante de la investidura de Alberto Núñez Feijóo, que con toda probabilidad va a fracasar mañana, es que ha dejado para la Historia, una muestra incuestionable de la cobardía de Pedro Sánchez Pérez-Castejón.
Ser cobarde no es delito. Recuerdo haber hablado muchas veces con el Archiduque Otto de Habsburgo sobre el heroísmo. Él era un héroe que fue condenado a muerte in absentia por el III Reich. No sólo eso, Hitler denominó en clave el Anschluss, la anexión de Austria, como «Operación Otto». Su objetivo era impedir la restauración del Emperador en el exilio. Pero Otto se quitaba méritos e insistía que no se puede exigir a nadie que sea un héroe. El heroísmo es una virtud, sin duda. Mas la cobardía no es un delito ni un pecado para los que somos creyentes. El miedo es una parte de la condición humana. En ciertas circunstancias la cobardía retrata a quien está sometido a ella por encima de cualquier otra virtud. Y no hay enemigo peor que un cobarde. Porque un pusilánime que tiene campo para correr no es un problema. La amenaza surge cuando ese cobarde necesita defender sus posiciones con desesperación. Porque entonces es capaz de hacer cualquier cosa. Y Sánchez valora su continuidad por encima de todo menos de su vida. No es que yo crea que sería capaz de vender a su madre. Yo creo que vendería incluso a su hija.
Lo que hemos vivido en el Congreso de los Diputados martes y miércoles es el peor augurio de lo que tenemos ante nosotros. Lo que vamos a ver es una investidura con violación flagrante de la Constitución. Los partidos que le van a avalar no van a ir a comunicárselo al Rey, pero Felipe VI va a tener que dar por buena la comunicación del propio Sánchez –el presidente más mentiroso de Occidente, como está más que probado– y encomendarle la formación de Gobierno. Eso sin contar con que el Rey, cuyo mandato imperativo es defender la Constitución, va a tener que encargar formar Gobierno a quien viene a violarla flagrantemente. Discernir cómo se defiende mejor la Corona, si cediendo ante Sánchez o argumentando que la obligación del Monarca es defender la Carta Magna es algo discutible. Pero ninguna alternativa es buena. Y hemos llegado a este punto exclusivamente por voluntad de Pedro Sánchez.
Estar en una situación política de esta gravedad era inverosímil hace unos meses. Y más increíble aún era que hace poco más de un lustro alguien nos hubiera dicho que Bildu sería un socio de Gobierno menos rechazable que Junts. Pero ésta es la situación política a la que nos ha llevado Sánchez.
La cobardía que ha demostrado el presidente del Gobierno en funciones durante el proceso de investidura –sin duda fallida– de Alberto Núñez Feijóo es un preaviso de lo que está por venir. Si ni siquiera con la certeza de tener una mayoría se atreve a dar la cara, si ni con ese apoyo es capaz de subir al estrado y decir la verdad, es que estamos en manos de un cobarde que es la encarnación misma del mal.