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Agua de timónCarmen Martínez Castro

La Princesa de un país inverosímil

En este ambiente políticamente envenenado y socialmente roto casi resulta milagroso que la Corona siga funcionando como si fuéramos una democracia y un país normal

Actualizada 01:30

La situación de España es tan inverosímil que en menos de 24 horas hemos pasado de celebrar la Fiesta Nacional y rendir homenaje a nuestros caídos a ver como el presidente del gobierno se sienta a compadrear con los herederos políticos de ETA, una banda terrorista que aumentó en casi un millar de personas el número de esos caídos por España. En ese ambiente políticamente envenenado y socialmente roto casi resulta milagroso que la Corona siga funcionando como si fuéramos una democracia y un país normal donde se honra a los muertos, se cumplen las leyes y los ciudadanos somos libres e iguales.

La Princesa Leonor fue, de lejos, lo mejor que nos ha deparado este año la celebración de la Fiesta Nacional. Nos ha brindado el momento de mayor espontaneidad que recordamos en la Familia Real en muchos años y nos ha permitido, acaso por primera vez, ver a Felipe VI no como el hijo de Juan Carlos, sino como el padre de la futura Reina Leonor. Eso debe ser la famosa continuidad dinástica de la que hablan los expertos en el tema, aunque la mayoría de los mortales solo hemos visto a un padre al que se le cae la baba de orgullo – y con razón- al ver a su hija desempeñar impecablemente sus primeras responsabilidades.

Dentro de unos días la Princesa jurará la Constitución ante las Cortes y no será un acto menor: significa la renovación del pacto de la Corona con la Constitución del 78, que es tanto como el compromiso de la Corona con la democracia, con la defensa de nuestros derechos y nuestras libertades. A nadie se le escapa la importancia de ese momento histórico, justo cuando la Constitución está en un tris de acabar convertida en un cascarón vacío por unos políticos – y unos magistrados del TC- que desprecian los valores de concordia y responsabilidad histórica que la inspiraron y alumbraron.

La prueba de la anomalía moral que vivimos en España será la ausencia de Juan Carlos en ese acto. Fue él quien fundó este modelo de monarquía parlamentaria, comprometido con la democracia y escrupuloso con los límites a su función constitucional; lo hizo además cuando nadie sabía en España ni qué era la democracia ni qué diablos era eso de los límites al poder. Él fue el motor del cambio que cristalizó en la Constitución y él fue también quien marcó un modelo de respeto a ese compromiso, no solo la noche del 23 F, sino durante toda su trayectoria como Jefe del Estado. Por eso resulta extemporáneo que estando vivo quien fundó ese vínculo entre la Corona y la democracia no asista al momento transcendental en que dicho compromiso se renueva en la persona de la Princesa Leonor.

Todos sabemos las razones de esa ausencia, que nunca se hubiera producido en otras circunstancias y con otro resultado electoral. La Corona lleva años sometida al acoso de quienes quieren liquidar el régimen de 78 que, increíblemente, son los socios del gobierno. En estas circunstancias de enorme gravedad, la principal misión del Rey es preservar la institución para el momento en que España vuelva a ser un país normal donde las leyes no responden al chantaje de los delincuentes. Tal vez entonces, Juan Carlos pueda recibir el reconocimiento que, a pesar de todos sus errores, siempre merecerá.

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