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Enrique García-Máiquez

La camaradería

Podríamos preocuparnos por el hecho de que el catolicismo esté terminando por ser en España un motivo de señalamiento por la calle

Actualizada 10:24

Parece que nuestro tiempo se apresura a poner sus sucias manos sobre todo lo hermoso y limpio que todavía sigue pasando. Véase la fiesta nacional del 12 de octubre. La princesa Leonor, hermosísima de uniforme, recibe la sorpresa de que estén invitados a la recepción real algunos de sus compañeros de la Academia General Militar. El cruce de miradas, de manos, de sonrisas, de pasos es una delicia de juventud y de amistad. Hasta ahí, maravilloso.

Enseguida empezó el cotilleo nacional a preguntarse si en esas miradas había algo más que amistad. Todavía es legítimo, porque, al atractivo inmemorial para el pueblo de la monarquía, se sumaba el encanto de la belleza, el magnetismo de la juventud, la novelería de los uniformes, etc. Lo sucio ha ocurrido después. La prensa se ha lanzado sobre la vida privada de uno de los cadetes porque había sido el más sonriente y el más sonreído de todos. Han desvelado el catolicismo de sus padres, como si fuese un oprobio, su casa, que por lo visto es estupenda, su familia numerosa y su colegio del Opus Dei. Todo con un aire de denuncia.

Habría muchas cosas que decir. Protestar por esta intromisión a saco en la vida privada de la familia de un muchacho que no ha hecho más que cumplir con su deber como militar y como joven. También podríamos reflexionar sobre el poder de una sonrisa abierta y de una alegría clara que, en un mundo como el nuestro, empiezan a llamar poderosamente la atención como una señal de alarma. Y, por supuesto, preocuparnos por el hecho de que el catolicismo esté terminando por ser en España una marca de marginación cada vez menos sutil, un motivo de señalamiento por la calle (al menos por la «calle mediática»). Obsérvese que, encima, una familia numerosa se concibe –en el país del hundimiento demográfico– como un indicio muy sospechoso de no sé qué difusas maldades. Que dos médicos –los padres– sean antiabortistas parece ya una postura de rebeldes, más fuera que la ley, por supuesto, que los miembros de Bildu y los golpistas de Junts.

Todo eso se podría comentar, pero ya lo sabemos, y hay algo más urgente. Tengo la sospecha de que se pretende, con esta escandalera, aislar a la princesa de amistades de su propia patria, de su misma edad y de su entorno lógico y constitucional. Creando un miedo difuso en ella por no perjudicar a sus compañeros, y en éstos, por el ruido de la prensa que seguirá al mínimo gesto de cariño. La camaradería de la princesa con sus compañeros de armas es un bien nacional, se mire como se mire, y que tendrá una importancia implícita pero esencial en el futuro. Consciente o inconscientemente, hay quienes quieren dinamitarlo. Ojalá ella y sus compañeros pasen de todo; y sigan riéndose.

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