Curas violadores y monjas secuestradoras
Sánchez perpetra su traición dibujando una España en la que se está con él o eres peor que un enemigo: un animal
Leer hoy en día El País es como acceder al manual de instrucciones del sanchismo, amén de una guía práctica para entender la sociedad disfuncional que se está construyendo a martillazos, derivada de las necesidades estrictamente personales de un personaje, el presidente en funciones, incompatible ya con el canon más elemental exigible a un demócrata.
La portada del periódico en cuestión es una puerta de acceso a las penumbras del Régimen edificado contra enemigos imaginarios que justifican, sin embargo, la implantación de políticas de combate bien reales destinadas a abolir la alternancia y a maquillar, como sea, las fechorías incesantes cometidas en ese viaje hacia la autocracia.
España es un país, para El País, formado por tres tipos de grandes grupos: los que sufrieron abusos sexuales de un cura; los que fueron secuestrados por una monja y los que yacen en una cuneta.
Y todos ellos han de ser defendidos y compensados, además, por el resto de males añadidos a su trágica historia de origen, cometidos masivamente por los herederos vivos de aquellos malhechores: el machismo, la xenofobia, el fascismo, la violencia de género, la homofobia y el centralismo españolísimo, encarnado todo ello en los partidos de la oposición y en sus intransigentes votantes.
Ninguno de esos problemas es ficticio, pero todos son remotos o minoritarios, aunque se presentan como hegemónicos para dividir a la sociedad en víctimas perpetuas y verdugos endémicos, para compensar a las primeras por heridas que no han sufrido y castigar a los segundos por comportamientos que no han tenido.
Es una ceremonia insufrible que desecha, además, la legítima atención reparatoria a las minorías que sí han padecido o padecen esas lacras, utilizadas como mero combustible ideológico con el que mantener a todo gas el motor de una maquinaria de ingeniería social que transforma la anécdota en categoría y legisla en su nombre contra el español medio, un buen tipo sin ganas de líos y con problemas para llegar a final de mes.
Esa España irreal, dibujada con la técnica del aguafuerte, solo le es útil a Sánchez para consumar su traición y perpetrarla en nombre de una monumental falacia: para defendernos de peligros inexistentes, aplica terapias contraproducentes cuyo único fin es salvarle a él mismo, al precio colectivo que sea.
Su apuesta pública por una amnistía, que será ratificada en una consulta abierta en exclusiva a militantes y cargos públicos del PSOE cuyo futuro laboral depende de que Sánchez sobreviva, es el colofón a esa ceremonia de mentiras, trampas, trucos y abusos que jalonan la triste biografía de un peligro público sin precedentes cuyos efectos en la convivencia, la prosperidad y la cohesión son trágicos y quizá ya irreversibles.
Y que se permita decir que todo lo hace en nombre de España y por España, pero sin preguntarle a España, arroja el último indicio de sus intenciones: inducir la muerte civil de al menos la mitad del país y justificarlo todo en la histórica tarea de salvar, a todo aquel que acepte su tutela, de la monumental conspiración existente en su contra. Porque para Sánchez ya solo existe un modelo de buen español, el que le vota, le apoya y le entiende. El resto es un enemigo o, peor, un simple animal.