Preocupación y vergüenza ajena
Es preocupante constatar que ya es efectiva, al menos en parte, la anulación de la separación de poderes
Si el debate de investidura de Pedro Sánchez es sólo el principio de lo que nos espera los próximos cuatro años, más vale que nos vayamos preparando para lo peor. Pocos debates en el Congreso han dejado –de momento, que continuará este jueves–, como éste, tantos gestos y declaraciones susceptibles de generar una honda preocupación.
Es preocupante que el ministro del Interior haya blindado el centro de Madrid con un despliegue policial sin precedentes. En torno al sesenta por ciento de los efectivos de la UIP de toda España se han desplegado en la capital por orden de Marlaska. Ni en la coronación del Rey, ni en la jura de la Princesa de Asturias o en la Cumbre de la OTAN ha sido tan apabullante el dispositivo. La sensación de alarma, que es probablemente lo que se buscaba, ha sido evidente. Posiblemente, era lo que el Gobierno quería transmitir.
Es preocupante que el candidato a presidente haya ocupado más de la mitad de su discurso, largo, larguísimo y sin límite de tiempo, a proferir graves acusaciones contra los grupos de oposición. Embolsando a la mitad de España en una suerte de coalición reaccionaria y ultra, acusándola de encabezar tentativas poco o nada democráticas, no hace más que generar división en la sociedad, crispar los ánimos, que ya están a flor de piel. Posiblemente, es su forma de justificarse ante Europa, donde trata de hacer pasar por buenos sus pactos, ofreciéndose como alternativa a supuestos nostálgicos franquistas. Me temo que no le han comprado el discurso. Ya le ha recordado Feijóo la opinión de The Wall Street Journal: la ultraderecha, visto lo visto, era el mal menor.
Es preocupante constatar que ya es efectiva, al menos en parte, la anulación de la separación de poderes. El Congreso, con Francina Armengol al mando, se ha entregado, es la correa de transmisión de los intereses del inquilino de la Moncloa. La presidenta no sólo ha esperado pacientemente a que le fijaran la fecha de investidura. También ha modificado sobre la marcha su forma de medir los tiempos de los portavoces tras haber permitido a Feijóo extenderse en su primera intervención. Posteriormente, atentando contra la amplísima libertad de expresión de las que goza cualquier diputado –incluso para proferir barbaridades–, ha interrumpido la argumentación de Santiago Abascal en la tribuna. Posiblemente, estaba preparado. Había que dar la nota.
Es preocupante observar el depauperado nivel del argumentario político. No sólo en la construcción de discursos, réplicas o contrarréplicas, sino también y sobre todo en su contenido. Más allá del manido y falsario argumento de Sánchez en favor de la convivencia, para justificar su amnistía, el candidato ha sido incapaz de construir un discurso de altura para hacer ver a los españoles la necesidad una decisión que no sólo anula el derecho fundamental de igualdad, sino que, tratando de maniatar a los jueces, atenta gravemente contra la separación de poderes. Posiblemente, ni quería entrar en ello. No se le ve cómodo con sus compromisos. Podría haber aprovechado la oportunidad para ofrecer, a cambio, un programa de gobierno ilusionante, un modelo de país atractivo. Pero ni siquiera ha hecho el esfuerzo. Posiblemente, porque no tiene capacidad de desarrollarlo. Era más cómodo hacer oposición a la oposición. Y la oposición, con menos o más fortuna, ha caído en su trampa.