Poquitos
Nueve mil personas, por muy entusiastas que sean, en Madrid son poquísimas. Sólo las manifestaciones convocadas por las diferentes sensibilidades feministas son capaces de obtener menor respuesta a sus algarabías pancarteras
Pasados unos días, durante los cuales he meditado serenamente, me siento autorizado por mi verdad a manifestar que el acto de exaltación que Sánchez se organizó en Madrid resultó muy chungo. Nueve mil personas, después de ese trasiego de autobuses, vales para comer, bebidas refrescantes y bocadillos para el retorno, se me antojan muy poquitos socialistas. En Madrid, nueve mil personas las reúne cualquiera que no sea el presidente del Gobierno. Si la Asociación Nacional de Amas de Casa pudiera disponer del dinero que derrocha el Gobierno, sin precisar traslado ni premio gastronómico, más de nueve mil amas de casa se reunirían con facilidad pasmosa. Cuando un presidente del Gobierno necesita ser aclamado para dormir con tranquilidad, lo menos que se le puede exigir a los organizadores es que reúnan a treinta mil percebes, y no es exigencia exagerada.
Me gustó el flamear de banderas de España en un mitin del PSOE. Para mí, que fue consigna emergida del coco de Bolaños. Los socialistas no destacan por su amor al símbolo que nos une. Pero, aunque fuera ficticio, sentí alegría al ver que nuestra bandera era tremolada por militantes de la ultraizquierda. Se notaba poco entusiasmo en su cansino y mecánico flamear, pero al menos no abundaron banderas efímeras tricolores, por otra parte, feísimas. Feas, además de injustas, porque el morado representa exclusivamente a Castilla, y el resto de las regiones de España, exceptuando al viejo Reino de Aragón, no se adivinan en esa grímpola que tanto tuvo que ver con el enfrentamiento de los españoles en la Guerra Civil. Bienvenidos sean a España los socialistas que aman y muestran, aunque sea por obediencia, la bandera de todos. Bandera, por otra parte, diseñada por el Rey Carlos III en un principio para su Armada, y posteriormente aplicada a todos los territorios españoles en el año 1785, si no yerro, que yerro mucho porque a esta hora de la mañana me aburre mucho confirmar fechas y detalles.
Pero nueve mil personas, por muy entusiastas que sean, en Madrid son poquísimas. Sólo las manifestaciones convocadas por las diferentes sensibilidades feministas son capaces de obtener menor respuesta a sus algarabías pancarteras. Los sindicatos, que antaño reunían el 1 de mayo a un millón de personas, superarían en la actualidad los nueve mil manifestantes sin dificultad alguna. A la final de la Copa de España de Petanca, acuden cinco mil aficionados petanquistas, sin necesidad de fletar autobuses ni encargar bocadillos para agradecer su presencia.
Detalle inteligente, hay que reconocerlo, fue el de la elección del local. Un local cerrado es mucho más airoso que una concentración callejera. Pocos días atrás, se juntó en Madrid un millón de personas para protestar por la amnistía, y ese millón de personas se juntó, claro está, en la calle. Los partidos del Real Madrid de baloncesto llenan de público el Wizink Center, con capacidad de ofrecer asiento a más de veinte mil personas. Y el Real Madrid no regala bocadillos ni contrata autobuses. Y no digamos si se trata de un partido de fútbol en el Bernabéu, el Metropolitano o el Estadio de Vallecas. Nueve mil personas en el Bernabéu son un poquito más que nada de nada.
Pero en fin, todo salió bien, Sánchez besó a un buen número de militantes, y se marchó encantado porque le aseguraron que le había aclamado espontáneamente medio millón de personas.
–Eso está asegurado –confirmó Bolaños.
Pero ni por esas. No durmió tranquilo.
Es un psicópata. Pero no tonto.