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Cosas que pasanAlfonso Ussía

Urtasun

Creo que Urtasun haría bien en averiguar el tiempo que transcurre en cada lustro, y no en destrozar, por resentimiento, la cultura de España

Actualizada 01:30

Urtasun, el nuevo ministro de Cultura, no es un analfalbeto como la mayoría de sus compañeros de partido. No sabe lo que es un lustro, pero no es su defecto más preocupante. Lo que preocupa es que el Ministerio de Cultura haya caído en manos de un independentista catalán. Urtasun, que es economista, según tengo leído, es diplomático. Fue opositor. Las oposiciones para acceder a «La Carrera» –como ellos se refieren al Cuerpo Diplomático– son, o al menos lo eran, muy duras y exigentes. Se trata, pues, de una persona capacitada para llegar al Ministerio de Cultura. Sucede que, simultáneamente, Urtasun es un resentido social, un señorito de Pedralbes que se hizo comunista porque en Cataluña ser de la alta burguesía, comunista e independentista, está muy bien visto. Conozco alguna condesa de similares características y parecidas incoherencias. En Cataluña son maestros en la interpretación confusa. Ahora nos enteramos que el ex «Molt» y ex «Honorable» Jordi Pujol, jefe de una banda familiar a la que se le atribuyen miles de millones de euros acumulados durante su extensa estancia en el Palacio de San Jaime, desea entrar en el cupo de la golpista amnistía porque ha tenido que padecer las presiones de «gentes muy hostiles». Urtasun tiene dos objetivos culturales. Prohibir la tauromaquia y dividir la grandeza artística y cultural del Museo del Prado, repartiendo cromos en todas las autonomías. El Prado es la pinacoteca más completa y deslumbrante del mundo. Su «corpus» fundamental no es otro que la Real Colección de Pintura de la Familia Real. Y fue durante el embarullado Reinado del Rey Felón, Fernando VII, cuando fraguó la idea de donar al pueblo español todos los bienes de la Corona, entre ellos la Colección Real, el Museo del Prado. Esa donación incluía todas las colecciones Reales, los Reales Sitios y demás patrañas, donación que se culminó en el Reinado de Isabel II. De ahí que resulte sorprendente la opinión argentina del cachivache Echenique cuando califica al Rey de multimillonario. Los Reyes de España cedieron todos sus bienes al Patrimonio Nacional, gesto que no le copiaron ni los Reyes británicos, ni los holandeses ni lo Zares rusos. La familia Real española apenas conserva una ridícula parte de su inconmensurable patrimonio. Y el Museo del Prado era parte de su continente.

Pero a Urtasun le molesta que se ubique en Madrid. Y medita desgajarlo, repartiendo su riqueza unitaria y troceando su grandeza. Se trata de uno de los museos más visitados del mundo. Entiendo que un independentista catalán se considere herido. Barcelona es una maravillosa – o lo era, al menos– ciudad, con muy reducidos reclamos culturales. Se visita, y mucho, la Sagrada Familia de Gaudí, que es como la «Sinfonía inconclusa» de Schubert. No han sido capaces de culminar su construcción, cuando su proyecto inacabado es quizá, su mayor encanto. Madrid no es una ciudad perfecta urbanísticamente. Puede resultar un maravilloso caos. Pero en ese caos se reúne una oferta cultural impresionante. Y el ministro de Cultura desea terminar con ella. El pueblo de Madrid no va a tolerarlo. Y su segunda obsesión es la de abolir la tauromaquia. Es libre para manifestar su rechazo. Pero Urtasun, que es un chico leído, al menos aparentemente, sabe que la Fiesta Nacional, el arte en movimiento realizado a pocos centímetros de la muerte, es culturalmente universal. Ni Goya, ni Picasso, ni Lorca, ni Gerardo Diego, ni Alberti, ni Jean Cocteau, ni Hemingway, ni Bizet, ni Falla –y me dejo en el tintero a miles de intelectuales y artistas de todos los rincones del mundo– han creado obras de arte en homenaje a las sardanas y los castellers. Urtasun puede sentirse herido por ese olvido, pero no puede ser la tauromaquia el objetivo de un ministro de Cultura español, aunque le moleste, no la tauromaquia, sino lo de español.

Creo que Urtasun haría bien en averiguar el tiempo que transcurre en cada lustro, y no en destrozar, por resentimiento, la cultura de España, que sí, de acuerdo, buena parte de ella se concentra en Madrid, como París en Francia, Londres y no Manchester en Inglaterra y Roma y no Milán en Italia.

Un lustro lo forman cinco años, Urtasun. No cincuenta. Y le deseo suerte.

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