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El puntalAntonio Jiménez

El «cowboy» Sánchez coloniza las instituciones con siervos

Sánchez no busca la excelencia profesional ni el conocimiento de la materia en sus colaboradores sino la obediencia fiel y perruna que le sirva para la obtención de sus fines políticos

Actualizada 15:27

Dicho y escrito está, por acreditado y fundado, que Sánchez miente alevosamente, es un cínico estratosférico, carece de escrúpulos y no conoce principios políticos que frenen sus ansias de poder. Pero sobre todo es un tipo sin complejos.

En el planeta taurino hay una frase que define la personalidad de los toreros: «Se torea como se es en la vida». Aplicable a Sánchez se podría decir que hace política en consonancia como anda por la vida. Con movimientos y ademanes chulescos y despreocupados, acompañados de ligeros y precisos golpes de caderas que sugieren a la concurrencia que ahí está él, el «rey del mambo».

En los ambientes parisinos del Elíseo y de Berlaymont en Bruselas al presidente del Gobierno de España le apodan «el cowboy» por sus andares de tío sobrado y gestos de perdonavidas. No me digan que no es un acierto descriptivo del personaje. Un John Wayne venido a menos, más propio de un spaghetti western de Almería, sin sombrero, ni pistolas, pero con ínfulas de ser el más rápido a este lado del Pecos.

Ciertamente, «el cowboy» no tiene complejos para disparar primero y preguntar después o para hacer y decir, como bien tiene demostrado, una cosa y su contraria con la misma naturalidad que respira, sin importarle que le acusen de incoherente y de faltar a la verdad y a su palabra. Ahí están sus entrevistas últimas en defensa y justificación de una amnistía que vende como si nos fuera a tocar el Gordo.

Pero sobre todo carece de esos principios que marcan los límites de las convicciones democráticas y de la ética política que inspiran a quienes nunca los traspasarán para invadir territorios propios del autoritarismo y de una autocracia.

Eso le lleva a ocupar y colonizar las instituciones del Estado sin el menor atisbo de sonrojo y decoro nombrando a conmilitones y amigos al margen de méritos, formación académica o experiencia para el desempeño de los cargos.

Sánchez no busca la excelencia profesional ni el conocimiento de la materia en sus colaboradores sino la obediencia fiel y perruna que le sirva para la obtención de sus fines políticos.

Los peones y alfiles del «sanchismo» se despliegan por la Fiscalía General del Estado, Consejo de Estado, Tribunal Constitucional, RTVE, Centro de Investigaciones Sociológicas, Correos, Instituto Nacional de Estadística, Secretaría General del Congreso o la Agencia EFE, en posición de prevengan y a las órdenes del jefe para perpetrar decisiones, algunas incluso contrarias al Estado de Derecho como las rechazadas por el Poder Judicial y el Tribunal Supremo, o criticadas y afeadas por antidemocráticas por la prensa y la oposición.

Sánchez llegó al Gobierno por primera vez gracias a una moción de censura basada en una mentira política. Un juez de notable tendencia izquierdista introdujo en la sentencia de la Gürtel una frase inapropiada jurídicamente que supuso un auténtico caso de lawfare, (anglicismo de plena actualidad), tal y como le recriminó y reprobó el Tribunal Supremo después.

Alcanzó la Moncloa con el propósito de oxigenar la democracia, acabar con los vicios de la vieja política, regenerar la vida pública y recuperar el prestigio de las instituciones. Ha hecho, sin embargo, todo lo contrario de lo que prometió, incidiendo en el mayor desprestigio de las instituciones públicas y en un progresivo deterioro de la democracia desde que gobierna.

Quien pretendía acabar con las puertas giratorias en la política ha enviado al exministro bailongo Iceta a París como embajador de la UNESCO, Organización de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura. Un retiro dorado para quien atesora como mayor mérito académico el no haber pasado de primero de carrera en la universidad y un simple bachillerato. Y a otro exministro de descriptible currículum académico, Héctor Gómez, licenciado en la pseudo carrera de ciencias del trabajo, como embajador en la ONU en Nueva York.

Nada comparable, sin embargo, como situar a su ex secretario de Estado de Comunicación, Miguel Ángel Oliver, al frente de la agencia pública de noticias EFE en otro alarde de vergonzosa instrumentalización de un medio público puesto al servicio del Gobierno.

La larga lista de siervos, encabezada por el Fiscal General más cuestionado y rechazado de la democracia por su entreguismo gubernamental, cuenta, entre otros, con el flamante letrado mayor de las Cortes, Fernando Galindo Elola-Olaso, militante del PSOE, a quien Sánchez y Armengol colocaron en la secretaría general del Congreso para tramitar el trágala de la amnistía. Cosa que ha cumplido fielmente informando de forma favorable con una justificación tan simple como escasamente jurídica: «No parecen existir elementos suficientes para determinar si hay una contradicción evidente y palmaria con la Constitución».

Esa afirmación de «no parecen», es la razón jurídica de peso que Galindo esgrime para dar por buena constitucionalmente una proposición de ley infame e indigna.

¿Se imaginan a un juez justificando una sentencia condenatoria en la existencia aparente de indicios? Galindo, conocido ya por su desempeño al servicio del tándem Sánchez-Armengol, no ha tenido reparo tampoco en laminar al único letrado del congreso, crítico con la amnistía. Se ha convertido en el émulo de aquel otro Fernando Galindo, «un admirador, un esclavo, un amigo, un siervo», interpretado magistralmente por José Luis López Vázquez en Atraco a las 3.

A Sánchez solo le queda colonizar el Consejo General del Poder Judicial y eso dependerá del PP que está bien advertido sobre su catadura moral y política. Se trata del mismo Sánchez que acusa a Feijóo de incumplir la Constitución por resistirse a la renovación del CGPJ, mientras él la dinamita para satisfacer las exigencias de quienes le han puesto en la Moncloa. Además, no quiere acordar nada con el PP. Solo pretende robarle la cartera y que además parezca que es Feijóo el culpable de que no haya acuerdos. Con Sánchez, en esta legislatura, no hay que ir ni a heredar.

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