Reivindicación de Rafa Nadal
«Una dictadura teocrática donde se hostiga a los homosexuales y se tutela a las mujeres» es exactamente la perfecta descripción de la República Islámica del Irán que es un Estado que ha financiado en España a partidos políticos de ultraizquierda que han llegado a tener un vicepresidente del Gobierno de Sánchez
La hipocresía de la corrección política llega a extremos verdaderamente increíbles. Y en los últimos días vemos como la nueva víctima de esa doble moral es el tenista Rafael Nadal por haber aceptado ser nombrado embajador del tenis de Arabia Saudí. Y ahí es donde aparece la cascada de ataques en los medios contra el bueno de Nadal.
Luz Sánchez-Mellado se despachaba ayer a gusto contra el campeón tenístico en la contraportada de El País. «Su decisión de aceptar ser «embajador» de Arabia Saudí, una dictadura teocrática donde se hostiga a los homosexuales y se tutela a las mujeres, cuando podría mantener a cuatro generaciones sin dar un palo a una bola no me sorprende tanto como me amarga la boca. No es el primero ni será el último. Anda que no hay notables blanqueando satrapías, empezando por Juan Carlos I. Nadal es uno más en eso. Ese, quizá es el chasco. Nadie es perfecto ni falta que hace, pero cuesta admitirlo. Ya te vale, Rafa. ¿Qué necesidad tenías de romperme el mito?»
«Una dictadura teocrática donde se hostiga a los homosexuales y se tutela a las mujeres» es exactamente la perfecta descripción de la República Islámica del Irán que es un estado que ha financiado en España a partidos políticos de ultraizquierda que han llegado a tener un vicepresidente del Gobierno de Pedro Sánchez. Pero ese país sí que no es criticable. Su intento de tener armamento nuclear –quién sabe si no lo tiene ya– y su liderazgo en la guerra de Gaza nunca es criticado y es habitual escuchar cómo se argumenta su derecho a defenderse con esas armas si fuera necesario.
Hay una posibilidad que Sánchez-Mellado no parece haber tenido en cuenta. Como bien dice, Nadal podría mantener a cuatro generaciones sin volver a jugar un solo día –por cierto, al objeto esférico con el que se juega al tenis se le llama pelota, no bola. Es por ello que quizá debería haber tenido en cuenta la posibilidad de que lo que Nadal busca con esta «embajada» es promover el tenis en uno de los países más ricos del mundo, lo que tendrá una muy buena repercusión para la popularidad de este deporte en lugares donde es poco practicado, como el propio Reino saudí. Yo desconozco lo que cuesta ser alumno de la escuela de tenis que tiene el propio Nadal en Mallorca. Pero también estoy seguro de que cuatro generaciones de su familia podrían vivir mirando al infinito sin necesidad de ese negocio. Pero hay cosas que no se hacen por ganar dinero. Se hacen porque es bueno para promocionar algo tan legítimo como el deporte del tenis con el que Nadal ha mantenido una relación de mutuo y legítimo beneficio.
No quiero terminar sin hacer dos apuntes. El tenis no me interesa lo más mínimo. Jamás he pisado una pista. Admito, eso sí, haber visto muchas finales de Roland Garros de Rafa Nadal. Supongo que como tantos otros que ansiaban la victoria del compatriota. Y creo que uno de los gestos que más he admirado de Nadal fue su decisión, en los Juegos Olímpicos de Pekín, de alojarse en la villa olímpica y no en los hoteles de lujo de la capital china, como hicieron otros grandes tenistas. Eso es amar el deporte.
Y segunda acotación, no he estado en Arabia Saudí en mi vida. Lo más cerca del Reino ha sido un par de almuerzos en su embajada en Madrid. La política del Reino tiene muchas cosas que no me gustan, pero son muchas más las que no me gustan en bastantes de sus vecinos. Por lo que pueda valer.