Contra la soledad
Hay que mentalizar a toda la sociedad del problema que tenemos encima. No es imposible. Fíjense lo que han hecho con el cambio climático, que ahora, si un día hace bueno, en vez de alegrarnos nos preocupamos por el planeta
Otra noticia de otra muerte de otro anciano en soledad. Y su cadáver que es encontrado tres semanas después, sin que nadie lo hubiese echado en falta. Son noticias cada vez más frecuentes. Y, por desgracia, seguirán creciendo por la evolución de la pirámide poblacional y los hábitos de vida de la sociedad actual. Más allá del desgarro que produce la noticia, lo terrible es el dolor en bajo continuo de una soledad extrema vivida tantos años antes.
¿No queda más remedio que la resignación? En absoluto. Se me ocurren a bote pronto, muchas cosas que se podrían hacer, no con la pretensión sistemática de que todos hagan todas, sino de abrir el abanico de acciones posibles, esperando, además, que otros propongan nuevas medidas, mejor si mejores, y aplaudiendo, por supuesto, las cosas que ya se hacen, como esos impagables viajes del IMSERSO o las casas y salones para personas mayores.
Contra la soledad de los mayores urge recuperar las familias extensas. Hace unas semanas dediqué un artículo a sus innumerables ventajas. Llevábamos casi un siglo fomentando la familia nuclear (padres y pocos hijos) –ahora ni ésa–, y una solución sería revitalizar la familia extensa, que no es la numerosa –que ojalá también–, sino la que comprende a los primos, a los sobrinos, a los tíos abuelos y a los parientes lejanos. Cuando esos vínculos existen y los contactos se mantienen y se cuidan, es más difícil que nadie se quede solo.
Otra medida, quizá la más importante si aceptamos que el mundo actual es utilitarista, está en reivindicar las aportaciones culturales, sociales y económicas que pueden hacer las personas mayores. De alguna manera, fue lo que hizo Cicerón con De Senectute, un libro que supuso un cambio de paradigma cultural. El juvenilismo extremo, que prejubila a las primeras de cambio, vuelve al indiferente paganismo inicial y no ayuda a nada, ni a la soledad de los mayores ni a nuestro producto interior bruto ni a la visión global de nuestras empresas. Se está desperdiciando muchísimo talento, energía, formación y, por supuesto, experiencia. Además de animar teóricamente, habría que facilitar la compatibilidad jurídica de las jubilaciones y pensiones con los contratos para quienes puedan aportar.
Hay que mentalizar a toda la sociedad del problema que tenemos encima. No es imposible. Fíjense lo que han hecho con el cambio climático, que ahora, si un día hace bueno, en vez de alegrarnos nos preocupamos por el planeta. En los jóvenes se ha inducido incluso una nueva patología: la ecoansiedad. Imaginemos enfocar toda esa energía mediática a este problema que, sí es inmediato. Generaría solidaridades, iniciativas, voluntariados, actividades extraescolares y programas municipales. La gente, además de crédula, es buenísima y sólo necesita que les alumbren las necesidades auténticas del prójimo.
También se deben hacer campañas para mentalizar a los propios ancianos. Si cuando llega el verano, se nos explica qué hacer –ir por la sombra, beber agua, dormir la siesta– para luchar contra el calor, se podría crear un protocolo para luchar contra la soledad. Yo, por supuesto, soy muy partidario de animarles a ir a misa a diario; además de por las razones sobrenaturales, porque al pie del altar se crea comunidad, y enseguida los otros feligreses –mayores, medianos y jóvenes– te echan de menos si faltas y se preocupan por ti. Pero no quiero pecar de católico confesional y hay otras rutinas que pueden hacer un papel parecido: bajar al parque, hacer la compra diariamente en los mismos sitios, visitar un bar. Cada uno según sus posibilidades y sus gustos.
Los poderes públicos podrían hacer un poder. Quizá el famoso bono joven tendría más sentido si se invirtiese aquí. Subvencionar un zumo diario en el bar del barrio, por ejemplo, o un café, o una copa de vino, no pequemos tampoco de puritanos a estas alturas, sería una grandísima inversión desde todos los puntos de vista. La informática puede jugar un papel importantísimo contra la soledad de los mayores y los jóvenes no necesitan que les jaleemos su afición a los videojuegos.
Las posibilidades son inmensas y –lo que es todavía mejor– no tenemos que esperar a que los políticos tomen la iniciativa. Cabe hacer mucho nosotros a nuestro alrededor con atención y cariño, un poco todos.