Zapatero
El presidente que quebró España ayuda a su sucesor a empeorar su récord, y aquí como si no pasara nada
Zapatero es la nueva estrella del PSOE, lo que deja clara la estima real que Sánchez tiene por sí mismo. Su predecesor suena a mentar la soga en la casa del ahorcado, pero es tan baja su credibilidad y tan alto el rechazo que provoca que, en la comparación, su padrino puntúa menos en la escala de rencores.
Tirar de ZP, que dejó España quebrada, resucitó los bandos y amamantó el populismo cristalizado luego en Podemos y ahora en el propio Sánchez; es la confesión de una derrota propia, pero también una especie de declaración de guerra y de intenciones.
Todo lo que hizo el leonés errante, empadronado en Venezuela y con silla en el Grupo de Puebla, es una brújula para el madrileño errado, que vive y sobrevive en las charcas de la división, las fosas sépticas y las aguas estancadas.
En un país normal, que no permite a una cajera de supermercado descuadrar la facturación diaria en tres euros sin tomar medidas disciplinarias, Zapatero hubiera tenido que dar cuentas por su gestión, resumida en la mentira que puso final a sus tristes mandatos: dijo que dejaba España con un déficit y, al abrir los cajones, la cifra real se triplicó.
También fue el recreador del parque temático antifranquista que aún perdura, lleno de memos dispuestos a buscar fascistas imaginarios y a reproducir la batalla del Ebro.
De sus sentinas ideológicas nació el universo woke, inclusivo y censor que hoy le permite a un tipo con más cara que espalda y más rabo que la Pantera Rosa decir que es una mujer para meterse en el vestuario femenino del cuartel en el que despliega su estúpido derecho a la «autodeterminación de género».
La última aportación del individuo que llegó al poder explotando un atentado yihadista fue implantar la semilla de Caín de nuevo, viajando al pasado para ajustarle cuentas a Franco por el curioso método de juzgar a media España y tratarla de culpable de sus delirios sectarios.
Pues bien, Zapatero es ahora el referente del sanchismo, al que saca en sus mítines para reforzar todas las barbaridades que perpetra Sánchez y blanquear así al blanqueador de Otegi, de Puigdemont, de Junqueras y si es preciso de Txapote.
Su última intervención, este fin de semana, ha sido memorable: ha reivindicado a Salvador Illa, el peor gestor pandémico del mundo y benefactor de una empresa de mascarillas desaparecida tras facturar 253 millones de euros, que para las victimas de la LOGSE cabe recordar que son bastante más que los eurillos del hermano de Ayuso.
Además ha defendido con ahínco la amnistía, alabando su carácter pacificador que logrará, cómo dudarlo, que Puigdemont se nacionalice español y sustituya a Manolo el del bombo como gran catalizador del fervor popular con la Selección.
Y en el colmo de su galopante impostura, también ha presumido de que España va mejor que nunca y de que el PSOE, ese partido golpista en los años 30, desaparecido durante el franquismo y sectario hasta la náusea con la excepción de la añorada etapa de Felipe, es el más demócrata porque siempre acepta los resultados electorales.
Así nos va en España. En lugar de estudiar cómo hacerle pagar la ruina que dejó y aclarar si son ciertos sus negocios internacionales de dudosa transparencia, permitimos que el negligente zangolotino se comporte como el padre de una patria distópica que su sucesor prolonga y mejora.
El caso al menos ofrece una enseñanza para cuando, algún día, Sánchez abandone el poder, si acaso ese momento llega: con determinados enemigos no funciona el puente de plata. Es bastante mejor el foso de los cocodrilos, metáfora del aterciopelado banquillo de un juzgado y de una comisión parlamentaria.