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Enrique García-Máiquez

Ecologismo transversal

No me queda más remedio que encastillarme en mi convencido conservacionismo conservador. Donde prima la admiración, el agradecimiento, el goce y la felicidad por la Creación

Actualizada 01:30

Un amigo, muy concienciado con el cambio climático, hombre de Ciencia, me pregunta de muy buena fe por qué los conservadores tenemos tanta prevención ante el discurso ecologista. Nuestra amistad, su seriedad y el diálogo merecen un respeto, así que voy a contestar a esa pregunta.

En algunas ocasiones he hecho una defensa más sistemática del conservacionismo, que es constitutivamente conservador. La etimología (nomen omen) no engaña. Ni la historia. Quizá el primer conservacionista moderno fuese el vizconde de Chateaubriand, el inventor, por cierto, de la etiqueta política del conservadurismo, con la fundación de la revista Le Conservateur en 1818. Su exuberante atención literaria al paisaje, a las plantas y a la fauna marca una manera menos abstracta (que la de Rousseau) de acercarse a la naturaleza. Los muy conservadores románticos alemanes e ingleses siguieron esa senda, frente a un progresismo industrial, urbanita y, sobre todo, abstracto y utópico. En España, los primeros conservacionistas fueron los terratenientes y cazadores. Pero todo eso ya lo escribí y mi amigo no quiere una clase, sino una confesión. Voy a enumerar los motivos –en la forma tradicional de un decálogo– que me alejan del ecologismo oficial.

1- Si el ecologismo oficial apostase por la energía nuclear, que es segura, tiene todas las ventajas ecológicas y no empobrece energéticamente a las personas, me lo creería. Ahora es como el pobre que pide limosna para comer, pero se lo gasta en litronas. 2- En la misma línea de escepticismo básico, no veo que los líderes climáticos prediquen con el ejemplo. Van en sus jets a sus cumbres climáticas y se hacen sus chalets a la orilla del mar, como pensando que justo por su trozo de playa no va a subir el nivel mientras nos quieren prohibir nuestros coches diésel y vedar el acceso a las ciudades.

3- Dando un salto a razones más profundas, me repugna que el ecologismo oficial demuestre ese constante odio contra la Humanidad. Mientras el aborto sea una medida ecologista contra la sobrepoblación, que conmigo no cuenten. El valor de cada ser humano es inconmensurable. 4- El ecologismo no tiene ningún amor tampoco a las actividades tradicionales del mundo rural que han creado y mantenido el medio ambiente tal y como realmente como es. 5- En concreto, su inculto desprecio por la caza, que es algo casi sacro, como saben Ortega y Scruton; y que ha creado maravillosos espacios naturales (el Coto de Doñana, sin ir más lejos) y ha cuidado con mimo de las especies. 6- Ah, y los toros, que nos han transmitido y preservado dos joyas: el toro bravo y la dehesa.

7- Hay pequeñas cosas molestas, como que no me dejen pasear por el campo con mi perra suelta y, a veces, ni atada, aunque sí me han concedido el derecho a meterla en el Decathlon, que no sé para qué queremos ir al Decathlon ni mi perra ni yo. Tampoco me dejan criar perritos ¡ni canarios! 8- Pero es muchísimo peor que, con su empeño propagandístico, induzcan ecoansiedad en los adolescentes mientras nos ponen documentales con dos líneas argumentales invariables: los animales son casi tan inteligentes como los hombres y mucho más bondadosos. Han cancelado o desdeñado a iconos conservacionistas como Miguel Delibes o Félix Rodríguez de la Fuente. 9- Destruyen la posibilidad de un debate científico acallando cualquier objeción crítica a su teoría, aunque sea perfectamente racional, mientras que su activismo consiste en asaltar museos con pinturas, pegamentos o sopa. 10. Por último, es un ecologismo estanco, que se olvida de esos otros ámbitos que ha recordado Holgrave, editor de The Hipster Conservative: la ecología moral, el conservacionismo cultural o la sostenibilidad social. Como subraya incansablemente nuestro Gregorio Luri, forman una unidad coherente y no se deberían disociar.

Así las cosas, no me queda más remedio que encastillarme en mi convencido conservacionismo conservador. Donde prima la admiración, el agradecimiento, el goce y la felicidad por la Creación y por las gentes que la viven y la cuidan.

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