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Perro come perroAntonio R. Naranjo

Ségolène Royal se ducha poco

Y toda Bruselas es muy sucia con la agricultura, la pesca y la ganadería, que hay que defender de la tropa de burócratas y ladrones

Actualizada 01:30

Ségolèn Royal es muy francesa, lo que de entrada ya indica que es más guarra que cualquier española: los más sesudos estudios indican que cerca del 50 por ciento de nuestros entrañables vecinos no se duchan a diario, lo que unido al escaso gasto de jabón anual, cifrado en apenas medio kilo (la mitad que un alemán), les asemeja con alguno de sus quesos más olorosos. Hasta ahí llega su patriotismo.

Pudiera pensarse de la madame que pertenece al 50 por ciento de franceses que sí se limpian a diario, pero su condición de socialista la incluye preventivamente en la otra mitad larga: siempre hay que estar con la mayoría del pueblo, que para eso es de izquierdas.

Nadie debe enfadarse, pues, por sus severos juicios contra la huerta española y más en concreto contra sus tomates, considerados «incomibles» por alguien de dudosa pituitaria y afición por el pato: lo extraño es que, con esos hábitos y esa alimentación, valorara la calidad de un fruto que requiere algo más de paladar que el educado comiendo ranas.

Más extravagante es la respuesta del Gobierno de España, a través de su insigne presidente, que ha consistido en invitarla a comer tomates. Ya es algo más que la atención recibida por los camioneros españoles, víctimas del vandalismo de sus colegas franceses espoleados por Royal o el merluzo de su primer ministro, ambos convencidos de que todos los males del sector agrícola francés derivan de la competencia desleal de los agricultores españoles.

La dureza proverbial de Sánchez con los enemigos imaginarios, con el fascismo a la cabeza, se torna en blandenguería lacaya cuando los ataques son de verdad y la violencia es cierta: hasta que no hagan una piñata con un transportista español, probablemente no mueva un dedo, y hasta en ese caso es más factible una amnistía de los brutos galos que una persecución de sus comportamientos.

Lo cierto es que ni la estupidez de Royal ni la insoportable levedad del ser de Sánchez deben despistar el foco real del asunto: ellos, y otros como ellos, son responsables del exterminio europeo del sector primario, atacado por una combinación de burocracia delirante, integrismo ecologista, infierno fiscal, sobreprecios laborales y energéticos y una promoción insólita de la competencia exterior.

La Agenda 2030 es a la agricultura, la pesca y la ganadería lo que la inflación a la economía: una excusa para reordenar los sistemas de producción de sectores clave en la conformación de una identidad nacional y los hábitos de consumo, en nombre de causas tan bondadosas como la sostenibilidad del planeta o la redistribución de riqueza que, en realidad, nunca mejoran.

Con la inflación, inducida por los poderes públicos y sus políticas suicidas, se ha justificado la monstruosa subida de tipos de interés que le permite a la banca recuperar, lo más rápido posible, el dinero prestado a dirigentes tan irresponsables como Pedro Sánchez para que lo malgasten en recrear un sistema clientelar.

Y con la Agenda 2030 se encuentra la coartada para desplazar la agricultura, la pesca y la ganadería a otras latitudes sin las mismas garantías económicas, sanitarias o laborales y, de paso, se justifica la consolidación de un sistema fiscal confiscatorio en nombre de la necesidad de cuidar un planeta que, en la práctica, estropean otros.

Mientras España, Francia o Alemania han reducido espectacularmente sus emisiones de CO2, China, la India, Irán o Rusia las han multiplicado. Y es allí, en cambio, donde las limitaciones a las actividades primarias o la gestión de los recursos energéticos son más laxas.

Un buen español micciona mirando a Francia, o en su defecto a Inglaterra, pero no hay que equivocarse de enemigo por mucho que Ségolèn se merezca algo peor que comer volovanes toda su vida: el verdadero adversario es Bruselas, y las víctimas son todos los europeos que creían estar construyendo un espacio de libertad y progreso y van descubriendo la cárcel elitista y caprichosa en que se ha convertido: cruel siempre con los inocentes, y sumisa hasta la náusea con los culpables. Como Sánchez con la fille de sa mère.

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