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Perro come perroAntonio R. Naranjo

No se crean nada de Sánchez pero sí de Puigdemont

Sánchez debe responder hoy mismo a una única pregunta: ¿va a aceptar el nuevo chantaje de Puigdemont o convocará ya elecciones?

Actualizada 01:30

Pedro Sánchez se suele creer el general Spínola rindiendo en Breda a Justino de Nassau, en aquella estampa de dignidad bélica inmortalizada por Velázquez, pero es Boabdil capitulando en Granada ante un enemigo incomparable con los Reyes Católicos.

Su sumisión a Puigdemont, que exige la inviolabilidad para dar golpes de Estado legales, compone el cuadro más bochornoso pintado en cincuenta años de democracia española y le sitúa en las antípodas del mejor, aquel de Suárez y Gutiérrez Mellado manteniendo la verticalidad de España durante el asalto al Congreso de Tejero en 1981.

Sánchez no solo se ha agachado ante un golpista, sino que le ha llenado el cargador de proyectiles contra la Constitución para que los dispare con la certeza de que quedarán impunes: primero fueron los indultos, luego las capitulaciones en Suiza con mediador internacional, más tarde una amnistía exculpatoria del terrorismo e incriminatoria para España y luego vendrán el derecho a la alta traición y el referéndum de independencia.

No faltan ya los masajistas habituales del líder socialista intentando convertir la humillante derrota de su patrón en un épico acto de resistencia a los abusos del separatismo, como si el fracaso temporal de la ley de amnistía fuera consecuencia de las líneas rojas puestas por Sánchez y no de la negativa de Puigdemont a conformarse con algo que no incluya el 100 por ciento de las cláusulas de su impuesto revolucionario, que crece cada día.

La realidad es que Sánchez ya ha aprobado el indulto general, que incluye el terrorismo y la legalización de sus objetivos, y solo la irrupción en escena de esa parte digna de la Justicia que se niega a ejercer de Conde-Pumpido, Juan Carlos Campo o Dolores Delgado ha evitado, de momento, que el atraco se consume en su totalidad.

No previeron que dos jueces mantuvieran vivas las acusaciones de terrorismo y de alta traición, que no caben en ninguna amnistía, y ahora Sánchez necesita algo de tiempo para afinar la exculpación global: mientras, como hay elecciones en Galicia, simulará una épica resistencia al chantaje separatista que declinará nada más culminar el recuento en las urnas. Y lo hará con la asunción, humillante y humillada, de las nuevas exigencias de su extorsionador.

Si algo ha quedado claro desde que Sánchez se comprara la Presidencia pagando un precio incompatible con su cargo y cada vez más próximo al delito de traición, es que el líder socialista siempre miente y que, sensu contrario, Puigdemont siempre dice la verdad.

El primero es capaz de firmar un 155 contra quienes, dos semanas después, se conviertan en aliados de su moción de censura. Y lo es, también, de intercambiar la Constitución por la Moncloa; la Justicia por el Falcon; la unidad por la ruptura; la paz por el terror y la democracia por la tiranía si con ello mantiene su triste posición.

Pero Puigdemont es todo lo contrario y no necesita intérpretes: solo acepta la impunidad y la independencia, y quien quiera obtener su respaldo ha de asumir y abonar esa insoportable factura.

Por eso ahora es absurdo plantearse siquiera si rebajará las exigencias y se conformará con una ley de amnistía que, ya en su formulación actual, es inaceptable: convierte al ladrón en policía y al policía en ladrón, para a continuación legalizar sus atracos.

Aquí la pregunta, que un país decente obligaría a aclarar hoy mismo a Sánchez, es si el Gobierno acatará las nuevas instrucciones de Puigdemont o, por miedo a una respuesta masiva de la sociedad española, la Justicia y hasta Europa, se subirá los pantalones, rechazará el penúltimo chantaje y convocará elecciones generales, con otro candidato menos indecente (si lo hay en el PSOE) y un programa electoral firmado ante notario.

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