La España de «Zorra»
La canción elegida para Eurovisión representa bien la ingeniería social del mal llamado «progresismo»: chabacana y obsesionada con la homosexualidad
Cuando hoy leemos críticas de la prensa española de los años sesenta escandalizándose con los Beatles -«esos horribles melenudos»- se nos escapa una sonrisa y nos quedamos pensando que el crítico era un rancio que estaba en la berza. La historia de la música rock y pop está trufada de provocaciones y escándalos, es parte del negocio. Elvis contoneaba sus caderas y algunos adultos estadounidenses le apagaban la televisión a sus vástagos para que no sucumbiesen a tan sensuales meneos. Luego llegarían las provocaciones del punk, las de Madonna, las de Lady Gaga… y el paso del tiempo las deja siempre en anécdotas a pie de página.
Pero aún así, no está de más señalar que la canción que se ha elegido para representar a España en Eurovisión es una porquería, porque musicalmente es flojísima, un chunda-chunda de tecno de verbena; con una letra que da vergüenza ajena en su cutrez supuestamente provocadora y una puesta en escena que se diría salida de la carroza más chabacana de los fastos arcoíris de Chueca. No es que Eurovisión sea un asunto muy serio. Pero si todo lo que puede aportar el pop español al mundo es esto y si esta es la imagen que queremos dar por ahí adelante... Es como si enviásemos a Rubiales a Buckingham a un certamen internacional de protocolo y etiqueta.
La canción se llama «Zorra». Es obra del infragrupo Nebulossa, un matrimonio valenciano, que en realidad viven de una peluquería. Llevan juntos veinte años y son padres de dos hijos. La señora que canta -digámoslo así- tiene 55 tacos y se hace llamar Mery. El marido, que ejerce de productor, tiene 47 años y atiende por Mark. Llevan intentándolo desde 2018 con su dúo electrónico sin demasiado éxito. Pero ahora han conseguido ganar el festival que da el pase a Eurovisión con una letra acorde a lo que nos predica desde el poder el «progresismo» obligatorio: «Y esa zorra que tanto temías se fue empoderando y ahora es una zorra de postal», canta como puede Mery, mientras el coro da voces de «¡zorra, zorra!». La artista, que habla en femenino cuando se refiere a ella y su marido, explica que «me han llamado muchas veces zorra y quería transformar el insulto en algo bonito». En su puesta en escena la secundan dos sujetos de barbas ataviados con unos petos de cuero negro, que enseñan cacha y hacen esforzados movimientos de reinas «drag». Todo resulta bastante petardo, por su mal gusto, su falta de ingenio y su nula calidad. Pero ha sido lo más votado.
No me ocuparía de este zorreo eurovisivo de no ser por lo que denota. La España de «Zorra» no es tan casual como puede parecer. Es una forma de ver la vida, promovida por el pegajoso ejercicio de ingeniería social de la izquierda, que al darse cuenta de su incapacidad en el frente económico y al anular toda apelación a lo trascendente ha abrazado otras causas para encubrir sus carencias, como un feminismo pasado de rosca, el catastrofismo climático o una inexplicable fascinación por la homosexualidad.
El zorreo que se pretende audaz y feminista resulta en realidad bastante denigrante. Salvo que se tenga en la mente un puré de guisantes radical tipo Irene Montero, no parece que una señora llamándose a sí misma «zorra» suponga ningún hito positivo para las mujeres. También llama la atención que la pareja que forma el grupo, perfectamente heterosexual en su cotidianidad, tenga que abrazar el culto LGTB para comerse un rosco con su (no) arte, como si ser homosexual supusiese un estatus superior, algo que la izquierda gobernante y sus intelectuales ya están promoviendo, al igual que las plataformas «progresistas» tipo Netflix.
Desde su pequeñez, «Zorra» refleja una sociedad decadente. No me quiero poner demasiado trascendente con lo que no deja de ser una tonada eurovisiva, pero en futuro, cuando se contemple esta época de Occidente, imagino que los historiadores hallarán curiosas similitudes con ciertos aspectos que condujeron a la decadencia del Imperio Romano.
En mi calidad de carca que mora en la «fachosfera», España me parece un gran país, que no se merece una repesentación tan mísera ni siquiera en un festival de la canción. Y sin embargo, «Zorra» ha arrasado en el voto popular. El ejercicio de estupidización social que tiene en marcha la izquierda populista gobernante va dando sus frutos. Nos quieren frívolos, relativistas, hedonistas hasta el descerebre. Nos quieren zorrones empoderados. Nos quieren como una recua de horteras sin estilo ni criterio. Nos quieren manipulables. Y nada es casual.