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Vidas ejemplaresLuis Ventoso

¿Carcatólicos? Un honor

Existen ciertos epítetos que si se piensa un instante a lo mejor resulta que albergan un gran elogio

Actualizada 01:30

Hubo un tiempo, allá en las postrimerías del siglo pasado, en que un periódico madrileño apegado al PSOE –y a ratos sometido a él– cobró tal influencia que marcaba la vida cultural y política española. El asunto llegó al extremo de que lo que podríamos denominar la cultura polanquista, o prisera, acabó impregnando incluso a medios que en teoría eran de derechas.

En este siglo XXI aquel peso ha decaído notablemente. La compañía editora del medio en cuestión se vio lastrada por una losa de deuda insoportable y acabó en manos de inversores foráneos (fondos y plutócratas armenios, cataríes, mexicanos… a los que el futuro de España les importa más bien nada y que ven esa cabecera como una mera palanca para hacer negocios). El periódico pro socialista de capital internacional al que nos referimos también se ha visto deslucido por la pérdida de algunos de sus más brillantes escribientes, unos porque se murieron por ley de vida, otros porque los han echado (hoy conservan como firma de brillo e interés a su gran crítico de cine y poco más). Por último, su crédito se ha visto muy mermado por su postura editorial de secundar a Sánchez en su arbitraria decisión de asociarse con los más tenaces enemigos de España para preservar su cargo.

Pero a pesar de estar enfilando ya la cuesta abajo, quienes ocupan hoy en el puente de mando del «Titanic» de la izquierda editorial piensan erróneamente que siguen marcando el signo de los tiempos. Desde ese espíritu altivo mantienen una insólita columna dedicada a impartir lecciones y vapulear a los periódicos que no piensan como ellos. Señalan a los que no comparten el único credo que consideran admisible, el de un empalagoso izquierdismo victimista, que ha dejado tirado a su propio país frente a unos separatistas xenófobos, pero que paradójicamente se autodefine como «progresista».

En esa línea de supuesta superioridad moral, en la columna de vigilancia de la competencia dedican epítetos como «carcatólicos» a periódicos que no comparten su línea ideológica. En la sección de policía ideológica han acuñado también el insulto de moda de la izquierda, «fachosfera», adoptado de inmediato por Sánchez, al que sirven haga lo que haga.

Sin embargo, si lo pensamos un instante puede que el epíteto de «carcatólico» albergue en realidad un elogio. ¿Qué es un «carca» para la prensa sanchista? Pues todo aquel que defiende principios tan «ultras» como la unidad de España, el país que nos une a todos; el orden constitucional vigente, el valor de nuestra historia o ese tesoro que es el idioma español. Carca es también aplicar el sentido común y sostener que existe el hecho biológico del hombre y la mujer. Carca es pensar que la familia, con padre, madre e hijos, es la institución columna vertebral de toda sociedad de éxito. Carca es defender el esfuerzo en el ámbito laboral y en las aulas educativas. Carca es pensar que los jueces están para aplicar las leyes, y no para servir al político de turno cuando los acosa.

El epíteto de «carcatólico» intenta convertir también en insulto el término católico. De nuevo supone un elogio, porque los católicos intentamos observar los maravillosos mandatos morales de Jesucristo. Los católicos creemos que Dios nos ordenó respetar al prójimo y perdonar. La Iglesia católica es la entidad que más obra social –caridad pura– hace en España. Los católicos pensamos que la vida humana es valiosa desde el principio hasta el fin, que no cabe matar, y muchísimo menos a los más débiles e indefensos. Como ven, unos auténticos ultras reaccionarios.

Supone un honor ser «carcatólico». Sobre todo si el presunto «progresismo» consiste en renegar de una de las naciones más antiguas del mundo para darle cuartelillo al separatismo más rancio y xenófobo. O en perseguir a los jueces que cumplen con su función. O en adular a un político con trazas de autócrata. O en rechazar el derecho a existir y expresarse de los que no piensan como tú. O en abrazar una empanada conceptual de media docena de sexos diferentes. O en promover una deprimente subcultura de la muerte, el esfuerzo mínimo y la igualación a la baja cebada de envidia.

¿Carcatólicos? Afortunadamente.

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