El jabalí y la merluza
A partir de aquel descubrimiento cinegético, siempre llevo a las monterías filetes de merluza rebozada. Y siempre su aroma invita a los cochinos a irrumpir en mi puesto
Sucedió en la Dehesa de Peromingo, Sanchidrián, en una montería organizada por José María Muro-Lara, un señor.
A un trío de monteros arochos y veteranos, Ussía, «Barca» – el insuprable ilustrador de mis lunes en El Debate–, y Clemente –Tito– Tassara, nos tocaron en suerte tres puestos en la cuerda de un montículo. Panorámica excepcional, con un grave inconveniente. Dábamos el aire. Un aire atroz nos helaba los cogotes, y los cochinos que bajaban por el testero enfrentado a nuestros puestos, se abrían con vocación de abanico cuando percibían los efluvios peligrosos de nuestros tres cuerpos humanos.
Narré el sucedido en el programa Caza y Pesca de Juan Delibes de Castro, y no volví a ser invitado.
Mi mujer me había preparado una generosa ración de filetitos de merluza rebozada. En el campo, la merluza, las anchoas y las sardinas entran mejor que los productos camperos, del mismo modo que en la mar, nada supera a una fabada, un cocido madrileño o un plato de jamón «der güeno» en tacos.
Durante dos horas, lo mismo. Los cochinos rompían por el viso del testero, y a larga distancia rechazaban nuestra ubicación y se abrían a izquierda y derecha. El viento no amainaba, y Tito Tassara, «Barca» y el que firma, nos reunimos en mi puesto para dar buena cuenta de la merluza rebozada. Pueden tomarse a broma este relato los pelmazos que se creen que han inventado las monterías, como uno que tengo hartamente sufrido y disfruta del acto más desagradable, sangriento y brutal de las monterías. La salvajada del noviazgo de los nuevos monteros, síntesis del mal gusto, la falta de respeto al animal abatido y la ausencia de gracia y talento por parte de sus partidarios. En las monterías que se cumplen en los campos de los señores, el noviazgo huye de la sangre y las vísceras y se convierte en un bautizo de agua clara sobre la cabeza del nuevo montero.
Lo cierto es que abrimos el recipiente que contenía los filetitos de merluza rebozada, y los cochinos abandonaron su querencia a la huida y comenzaron a entrar en el puesto.
El jabalí es omnívoro. Pero está harto de bellotas, gusanos, piensos complementarios, raíces jugosas, frutos y demás tostones de su dieta. Aquellos cochinos jamás habían percibido el aroma de la merluza rebozada. Y jugándose la vida, decidieron enfrentarse al peligro para probar aquella exquisitez desconocida. De no ser por la tranquilidad y pericia de «Barca» y Tito Tassara, más de diez cochinos me habrían derribado directamente, como portador del envase merlucero.
A partir de aquel descubrimiento cinegético, siempre llevo a las monterías filetes de merluza rebozada. Y siempre su aroma invita a los cochinos a irrumpir en mi puesto.
Sucede que los monteros, que uno a uno, son por lo normal buenas personas dotadas de sentido del humor y tolerancia, cuando se visten de campo y caza, pierden el sentido del humor y la tolerancia. No les gusta saber que, en las dehesas, las sierras cerradas y las manchas cochineras, el sueño inalcanzable de sus habitantes es la ingestión de merluza rebozada.
Si en una mancha de 500 hectáreas abiertas hay un solo jabalí, no lo duden. Le entrará a quien lleve merluza rebozada en el macuto. Parece broma, pero de broma… nada. Tito Tassara, aquel amigo inolvidable e inolvidado, falleció en plena juventud con el corazón roto. «Barca», a Dios gracias, vive y puede confirmarlo.
También la caza evoluciona.