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Cosas que pasanAlfonso Ussía

Carlos Herrera

Carlos tiene, y bien ganada, una gran influencia social. Pero el fútbol no es generoso con los que vienen de fuera. La Real Federación Española es un conglomerado de intereses, y Carlos se va a topar con muchas dificultades

Actualizada 01:30

Leo que Carlos Herrera ha confirmado su intención de presentarse a las elecciones de la Real Federación Española de Fútbol. Lo va a pasar mal. Puedo aportarle toda mi experiencia de cuando me presenté a las elecciones a la presidencia del Real Madrid teniendo como adversario a Ramón Mendoza. Ramón y yo, salvando la edad, éramos amigos y lo fuimos siendo años después de aquella contienda. Me contó muchas cosas.

Entre otras, que más de setecientos socios fallecidos le votaron. Mi sede electoral, una antigua frutería en la calle Marceliano Santamaría, a cien metros del Bernabéu, fue incendiada por los ultrasur que manejaba la candidatura de Mendoza. Es decir, todos los ultrasur menos tres, un ingeniero, un abogado y un comerciante que se unieron a mi proyecto. Tuve en contra, a pesar de trabajar en el periodismo –no soy periodista–, a casi toda la profesión, liderada por José María García –Antena 3 de Radio, mi radio–, y Francisco González, de la SER. Era columnista de ABC y tampoco, porque Rafael Ansón trabajó para Mendoza. Y un buen día, pasadas las elecciones, Florentino Pérez me informó que se hicieron trampas en el recuento y que sumadas las trampas a los votos de los 700 fallecidos, podría haber ganado a Mendoza. Me alegré de mi derrota, por mí, por mi familia y sobre todo, por el Real Madrid. El fútbol había cambiado y no tenía sitio ni lugar en el Real Madrid un presidente anclado, como la mayoría de sus compañeros de Junta, en el más absurdo romanticismo. Mis memorias dan para un libro, pero prefiero, como madridista, el silencio. El fútbol de hoy –y especialmente el Real Madrid– necesita de grandes gestores y empresarios. Y prueba de ello es el Real Madrid actual. Se puede estar de acuerdo o no en detalles deportivos, pero nadie pone en duda que el Real Madrid aventaja al resto de los clubes de fútbol en decenas de años.

Carlos tiene, y bien ganada, una gran influencia social. Pero el fútbol no es generoso con los que vienen de fuera. La Real Federación Española es un conglomerado de intereses, y Carlos se va a topar con muchas dificultades. Confío plenamente en su capacidad, si bien deploro que sea del «Barça» habiendo nacido en Las Cuevas del Almanzora, en Almería. Se trata de un contrasentido, de una extravagancia.

Sería un estupendo presidente, entre otros motivos, porque no necesita del dinero del fútbol para vivir. Pero tendría que asistir a la exclusión social del club de sus amores. Sucede que en el pacto traicionero de Sánchez –también del Barça– y el presumible terrorista –según la abrumadora mayoría de los fiscales– fugado en Bélgica, también incluye la salvación del Barcelona, que de ser un club italiano, francés o británico, ya estaría cumpliendo la pena de jugar en Segunda División. Si bien, estoy convencido de que Carlos Herrera no movería un dedo para aliviar la pesada mochila antideportiva que lastra el funcionamiento del Club que es más que un Club, que no ha tenido reparos en declararse inmerso en el llamado «procés» independentista. El fútbol es un balón que mueven los futbolistas, que emociona a los aficionados, y que manejan desde los despachos de la UEFA y de la FIFA unos individuos con un poder omnímodo e intocable. Enfrentarse a ellos, y lo escribo sin esperanza, no está al alcance ni del gran Carlos Herrera.

No lo digo yo. Lo ha dicho Klopp, quizá el entrenador más deseado por los grandes clubes del mundo, que abandona voluntariamente al Liverpool después de nueve años triunfantes, como los que protagonizó en el Borussia de Dortmund. Según parece ha recibido una extraordinaria oferta del club amparado por la RFEF, la Liga, la UEFA y la FIFA: «Entrenaría al Barça encantado si se cumplieran dos condiciones. No estar imputados por comprar árbitros y tener dinero para pagarme. Lamentablemente, no cumplen ninguna».

No te metas en ese mundo, Carlos, que no es el tuyo.

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