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Cosas que pasanAlfonso Ussía

Los Álvaros

Aquella fue una retractación inmediata pero meramente particular, mientras que la de don Álvaro Redondo ha sido una retractación meditada que puede afectar a millones de personas que aún creen en la independencia judicial

Actualizada 01:30

He cambiado de opinión en muchas ocasiones. Para hacerlo, apenas he necesitado de dos horas de charla o tres minutos. No hay que escandalizarse por el cambio de opinión del fiscal de la Sala Penal del Tribunal Supremo, don Álvaro Redondo después de 72 horas de profunda reflexión. En su primer informe, en cumplimiento de su misión de promover imparcialmente la justicia desde la igualdad, y después de analizar concienzudamente los pormenores del caso, deduce que «por todo ello, la participación del Sr. Puigdemont en las conductas consistentes en realizar actos que afectaron a dichos bienes jurídicos, con la evidente intención de atentar contra la paz pública y obligar a los poderes públicos, puede considerarse, a menos en este momento procesal, como ilícito penal y concretamente como delito de terrorismo. Madrid 26 de enero de 2024».

Pero llegó el fin de semana. El señor fiscal coincidió en la calle, tomando el sol radiante del invierno madrileño, con otro don Álvaro. Casualidades de la vida. Se trataba de don Álvaro García Ortiz, el fiscal general al servicio del presidente del Gobierno. Y hablaron de sus cosas.

Fue entonces cuando el fiscal general Ortiz le recomendó al Fiscal del Tribunal Supremo que le diera un par de vueltas a su informe. Y el Fiscal don Álvaro Redondo se encerró en su despacho y 72 horas más tarde, también en cumplimiento –como es normativo–, de su misión de promover imparcialmente la justicia desde la igualdad, se retractó de cinco indicios de terrorismo de Puigdemont después de «un exhaustivo estudio de los hechos». Ignoro qué le dijo don Álvaro Ortiz a su tocayo don Álvaro Redondo, pero Puigdemont pasó en tres días de ser objeto de una acusación de delito de terrorismo, a afirmar en su segundo informe, que agua de borrajas.

Nada que objetar. Todos los españoles sabemos, y lo sabemos porque nos lo han demostrado, que don Alvaro Ortiz, doña Dolores Delgado y don Cándido Conde-Pumpido, por poner tres ejemplos gloriosos, siempre se han manifestado independientes del poder ejecutivo, lo cual reconozco creerme a pies juntillas.

Mi persona ha cambiado de opinión con mucha más celeridad en algunas ocasiones. No puse jamás en peligro al Estado de derecho, pero tampoco necesité de 72 horas para cambiar tajantemente de opinión. Mientras bailaba en una discoteca la canción «Je t´aime» de Adamo, en cumplimiento de mi misión de promover parcialmente el engaño desde la igualdad, declaré mi amor a mi pareja de baile, que era argentina y estaba muy bien. Cuando ella me respondió que también se sentía enamorada de mí, cambié de opinión inmediatamente y salí por patas de la discoteca. No necesité 72 horas para desdecirme, claro, que aquella fue una retractación inmediata pero meramente particular, mientras que la de don Álvaro Redondo ha sido una retractación meditada que puede afectar a millones de personas que aún creen en la independencia judicial. Para este tipo de retractación, 72 horas se me antojan pocas.

Cosas que pasan cuando llega un fin de semana brillante y soleado, y en pleno paseo, don Álvaro y don Álvaro coinciden, se saludan, hablan de sus asuntos y la influencia de uno sobre el otro, exclusivamente florecida por la sabiduría y no por los intereses políticos, se plasma en una rectficación que muchos españoles no han sabido interpretar en su justa medida.

Casuales y causales encuentros.

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