Las cosas del campo
Muchos españoles ignoran que, durante la prisión ilegal que sufrimos en la pandemia, no nos faltaron alimentos gracias a los agricultores que han sacado sus tractores a las carreteras
Todavía no he comprendido la razón y el motivo de mi fortuna. Mi fortuna no ha sido otra que mis amigos mayores. Con veinte años me trataban de igual a igual los que me aventajaban en treinta, cuarenta y cincuenta años. El padre jesuita Ramón Ceñal, místico y traductor de Kant. Una espiga que parecía que se iba a quebrar de un momento a otro y aguantó todos los vendavales. Siempre en busca del Misterio. En Oviedo, cinco de sus hermanos, el más joven con 9 años de edad, fueron arrancados por los milicianos de los brazos de su madre y fusilados a treinta metros de su casa. Ni una palabra de rencor, ni un deseo de venganza acompañaron su vida. Antonio Mingote me aventajaba en treinta años, y fui su hijo, su hermano y en ocasiones, su padre. Antonio Garrigues y Díaz-Cañabate, don Antonio, embajador de España ante la Santa Sede y el Pentágono. Jacqueline Kennedy perdió la cabeza por él, pero en un alarde de modestia, don Antonio le autorizó a buscar su futuro con Onassis. Por circunstancias ajenas a mis méritos, y sin ánimo de presunción –¡qué tontería!–, Don Juan De Borbón, mi maestro en tantos rincones de la vida. Como Santiago Amón. Manuel Halcón, el gran escritor y señor andaluz, el último sevillano que guardó luto por su caballo. Subíamos Antonio Burgos y yo por las escaleras de la entrada principal del «Alfonso XIII» de Sevilla, cuando nos cruzamos con don Manuel. Don Manuel, que conoció de niño a «el Pernales», escondido en el campo de su primo Fernando Villalón, iba vestido con un traje gris, corbata negra y en lugar de zapatos, calzaba botos camperos. «¿Dónde vas así vestido, don Manuel?». «Le estoy guardando luto a mi caballo». Y el doctor don Placido Duarte, que me operó de apendicitis con ocho años y al que dediqué, cuando se fue la anestesia, mis primeros versos. En su casa de la calle Alfonso XII de Madrid se fue desvaneciendo, casi en la ceguera absoluta, y me pedía que le interpretara un precioso cuadro de Turner que compró en una subasta de Londres y que él no podía disfrutar. Y José María Stampa, y Jaime Campmany, y el profesor Rof Carballo… y José Antonio Muñoz-Rojas, el que escribió, según Dámaso Alonso, «el libro mejor escrito en español del siglo XX», Las Cosas del Campo. La última vez que coincidí con él, en un acto cultural en Madrid, frisaba los cien años de edad. Y estaba enfadado. Le pregunté por el motivo de su disgusto. «¡Porque no viene! ¡Todos los días esperándola, y no viene! ¿Tú crees que hay derecho?». Se refería a la muerte, que no le hacía caso. José Antonio Muñoz Rojas se presentaba como agricultor de sus campos en Antequera. «Si no fuera por nosotros, los agricultores, el mundo sería un desastre. Pero los que ganan el dinero de nuestro esfuerzo, de nuestra vigilancia y del resultado de nuestras plegarias, son otros. Un buen año para mi campo es aquel en el que mi campo no pierde lo que invierto en él».
Las Cosas del Campo. Muchos españoles ignoran que, durante la prisión ilegal que sufrimos en la pandemia, no nos faltaron alimentos gracias a los agricultores que han sacado sus tractores a las carreteras. Es lícito y legal que todos ganen dinero. Los que labran la tierra y la cosechan, los que compran los productos, los que los transportan y venden a los mercados, los que los comercian a los consumidores… Pero los fundamentales, los que trabajan, labran y cosechan sus campos, son los únicos que no se enriquecen. Muchos de ellos pierden, porque la Agenda 2030 y el Pacto Verde han decidido arruinarlos. Y como las voces no les sirven para nada, como las reclamaciones no obtienen respuestas, los agricultores y ganaderos sacan los tractores y ocupan las carreteras y los caminos de los urbanitas que no conocen otro campo que el de la ambición y los despachos. Y lo hacen para sobrevivir, no para molestar.
«Un buen año para mi campo es aquel en el mi campo no pierde lo que invierto en él».
Cosas del campo.