El infierno es real y ya está aquí
Ni viven juntos, ni quieren tener una relación, como se dice ahora, sexoafectiva. Lo único que quieren es ser padres, como quien se compra un chihuahua para que, al regresar del trabajo, su soledad y su vida no parezcan tan miserables
Es sorprendente que existan católicos que dicen no creer en el infierno cuando, sin necesidad de morir, se nos hace tan palpable y evidente. Y eso que se trata solo de un pequeñísimo anticipo de lo que vendrá después.
Cuando uno entra en Instagram, su vida se le hace más triste y aburrida por comparativa (solo es una falsa sensación), en cambio cuando entra en Twiter lo habitual es que salga reconfortado viendo que ha conseguido evitar una ingente cantidad de patologías y desórdenes, y que además no tiene el corazón podrido y la conciencia anestesiada.
Ver a Samantha Hudson, le sube a uno la moral y la autoestima.
Me topaba el otro día con la entrevista a unos padres treintañeros. Habían practicado la copaternidad, que por el prefijo 'co' uno ya puede intuir que será una mierda igual que el coliving o la colitis. Con la no desdeñable diferencia de que en la copaternidad hay menores de por medio.
Los dos tipos ni viven juntos, ni quieren tener una relación, como se dice ahora, sexoafectiva. Lo único que quieren es ser padres, como quien se compra un chihuahua para que, al regresar del trabajo, su soledad y su vida no parezcan tan miserables.
Y claro, ella ya supera la treintena y a él le falta poco. Y despiertan los relojes biológicos, que llevaban tiempo anestesiados.
Así que ella se inyectó el esperma del maromo (no quisieron ni tocarse un poquito) y ahora tienen dos hijos que nacieron con dos padres que ya vivían como si estuvieran divorciados, aunque por ahora haya entre ellos buena relación, el régimen de visitas sea abierto y sean amigos desde la infancia.
Nuestro protagonista dice que la madre de sus hijos es la mujer de su vida aunque no el amor de su vida. Y la otra cuenta la historia como si fuera lo más normal. Se les ve buena gente, pero la ausencia total de un mínimo criterio es llamativa.
Evidentemente han acordado que cada uno podrá tener las relaciones que considere, pero ambos tienen claro que sus ligues de un día o de una semana tienen que aceptar que hay una tercera persona en la relación, quien ha contribuido a fabricar a sus hijos: el padre biológico-artificial.
El asunto que nos ocupa puede parecer una película romántica para el lector más ingenuo, pero se convertirá en una película de terror para esas dos pobres criaturas que, desde el mismo momento de su nacimiento, vivirán una esquizofrenia familiar y sentimental gracias al egoísmo supino de sus padres.
La otra cara de este despotismo que nos hace tratar a los hijos como productos que uno adquiere por derecho –si tiene el dinero suficiente–, la hemos visto en Francia. Que de ser la hija predilecta de la Iglesia ha pasado a ser el esbirro mayor de Satanás, aprobando entre vítores y aplausos la consagración del aborto como un derecho.
Lo de Francia es fruto del mismo egoísmo de estos padres de quienes hablaba más arriba, quienes en su caso, en vez de arrebatar la vida a sus hijos, han decidido, caprichosamente, condenarlos a vivir una vida desquiciada. Pero la lógica es la misma. El hijo solo es un apéndice de la voluntad de los padres.
Para millones de niños de todo el mundo el infierno es real y ya está aquí. Rogamos a Dios les dé la serenidad y la paz necesarias para poder algún día perdonar a sus padres.