Sánchez, no me mienta, yo estaba allí
Ésta es la España estable que nos quiere vender Sánchez: no hay presupuestos; en las elecciones del 12 de mayo Puigdemont será candidato pese a seguir siendo prófugo; los que han conseguido la amnistía han proclamado en las Cortes que ahora van a por la autodeterminación…
Creo que una de las cosas que más me molesta es que me tomen por idiota. Y leyendo el contenido de la llamada ley de amnistía aprobada ayer en el Congreso de los Diputados con el único propósito de que Sánchez pueda seguir llevándoselo crudo y los vuelos de los falcon a República Dominicana mantengan su increíble regularidad –increíble por qué nadie sabe cuál es el objetivo, los pasajeros o la carga– ahora resulta que en esta barbaridad legal se afirma tres veces que lo acontecido el 1 de octubre de 2017 en Cataluña fue un referéndum. Con un par.
Mire presidente, usted no, pero yo sí estaba allí. Pasé el fin de semana con mi mujer en Barcelona. Cenamos el sábado con mi estimado colega Miguel Ángel Aguilar frente a un colegio en el que veíamos cómo familias con niños iban ocupando las dependencias para que la Policía no pudiera asaltar las instalaciones por la mañana. Fui el domingo a la Sagrada Familia a Misa de 9:00. Al salir de Misa, poco antes de las 10:00, giré a la izquierda y a los pocos metros había un «colegio electoral» –es decir, una escuela repleta de independentistas– en la que la Policía iba desalojando a los asistentes. En ese entorno presencié en primera línea la mínima confrontación en la que un independentista fue herido en un ojo por una bala de goma disparada al aire y que le alcanzó tras rebotar en un balcón. En ese momento fue retirado en una camilla haciendo la «V» de la victoria con sus dedos índice y corazón. No sé si hoy sigue haciéndolo, porque perdió la visión de ese ojo. O igual lo hace todavía más. Esta gente es así.
Mi mujer y yo estuvimos recorriendo la ciudad todo el día, visitando lugares con urnas, y ya sobre las 19:30, en el vestíbulo de un edificio muy concurrido, votaba todo el mundo sin que nadie pidiera ninguna acreditación. En esas circunstancias y para completar la farsa había que votar a favor. Y esto es lo que, según la mentira de Sánchez convertida ayer en ley en el Congreso de los Diputados, fue un referéndum. Como el que aprobó la Constitución o el Tratado de Maastricht o la permanencia de España en la OTAN. A mí, que estuve allí, me lo van a contar el sanchismo y los independentistas.
Unas semanas más tarde, durante las Tertulias Hispano-Británicas, en Cambridge, narré estos hechos y generaron enorme indignación en un estimado colega que entonces y hoy tiene una muy relevante posición en El País y que antes que yo había hecho a los asistentes una presentación de aquellas votaciones describiéndolas con la misma pureza democrática que la del cónclave para elegir un Papa. O incluso mayor, porque no pretendía que en el 1 de octubre hubiera habido una malhadada influencia del Espíritu Santo.
Me duele decirlo, pero el independentista que preside la Generalidad, Pere Aragonès, ha demostrado ser bastante más demócrata que el presidente del Gobierno y ha disuelto su parlamento como corresponde hacer cuando no se pueden aprobar presupuestos. Al menos para echar a andar una legislatura. Ésta es la España estable que nos quiere vender Sánchez: no hay presupuestos, pese a que nos dijo que eran fundamentales; en las elecciones del 12 de mayo Puigdemont será candidato pese a seguir siendo prófugo; los que han conseguido la amnistía han proclamado en las Cortes que ahora van a por la autodeterminación; el Gobierno sigue sostenido por coaliciones como Sumar que ni siquiera son capaces de garantizar el respaldo a los presupuestos catalanes para evitar este desbarajuste…
Pues no sé yo si Sánchez casi prefiere no tener que negociar los presupuestos. A él lo único que le importa es el sillón. Y una negociación con la merienda de subsaharianos en los que se apoya para mantener el despacho puede ser incomodísima.
Quita, quita. Las elecciones catalanas son una magnífica excusa.