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Unas líneasEduardo de Rivas

El cuento de Sánchez y su malvada enemiga

En un reino no tan lejano, un presidente del Gobierno se enfrentaba día tras día a su némesis, que mandaba donde a él no le querían ni ver

Actualizada 10:13

Había una vez, en un reino no tan lejano, un presidente del Gobierno que se creía rey, que hacía y deshacía como más le apetecía, que conseguía siempre lo que pretendía, por muy difícil que fuera el empeño o por muchas personas que tuviera que dejar atrás en su travesía.

Se veía a sí mismo como un héroe, como el único capaz de salvar al reino de la terrible ultraderecha. Y, como cualquier héroe de cuento, tenía su malvada, a la que debía batallar por tierra, mar y aire hasta acabar con ella. Ella mandaba en una pequeña aldea rebelde, situada en el centro del reino, donde a él no le querían ni ver y ella era vitoreada a cada paso que daba.

Él había conseguido controlar a todo el reino, pero esa pequeña aldea se le resistía por el gran poder de su némesis. Hasta que un día, en su Palacio, se le ocurrió una gran idea hablando con su mejor amigo, un espejo mágico que le decía cada mañana lo guapo que estaba y lo bien que le sentaba ese traje.

- Espejito, espejito mágico, ¿quién es el más guapo del reino?
​- Tú, Pedro.
​- ¿Y quién es, espejito, la más malvada de este reino?
​- Bien lo sabes, Pedro.
​- ¿Y cómo puedo hacer para vencerla?
​- Nada fácil será.
​- ¿Pero cómo?
​- En tus debilidades encontrarás las suyas, Pedro.

El espejo se desvaneció, pero su mensaje caló en el presidente, que estuvo largas noches pensando en las palabras de su aliado, tan hermoso como él. Una madrugada de insomnio, su mujer se despertó también y le preguntó qué le ocurría. Fue entonces cuando él cayó en las palabras del espejo: «En tus debilidades encontrarás las suyas».

Recordó entonces las reuniones que había mantenido su esposa con una poderosa empresa a la que él había salvado de la quiebra. Recordó que él había estado presente en las deliberaciones de su Consejo para rescatar a la compañía y que la fundación en la que trabajaba su esposa había acordado con esa empresa el pago de 40.000 euros. Su mujer era su gran debilidad. Fue ahí cuando se percató de que podía poner a trabajar a todos los organismos que de él dependían para buscar las flaquezas de su malvada enemiga.

La Fiscalía, que de él dependía, encontró unas comisiones cobradas por el hermano de ella, pero la Justicia –la parte que de él no dependía– archivó el caso porque no había nada ilegal. Había que seguir buscando. Pero mientras seguiría difundiendo el mensaje de que su hermano era culpable por mucho que no lo fuera.

Más tarde, Hacienda, que también de él dependía, halló un dinero sin declarar en las cuentas del novio de la malvada enemiga del presidente. La Fiscalía tardó cinco días en denunciar, lo que pudo ser el trabajo más rápido que había realizado nunca. No importaba que el supuesto delito fuera de cuando no salían juntos ni que nada tuviera que ver ella con ese dinero, porque el presidente ya había encontrado la forma de continuar su guerra contra ella.

Necesitaba aliados. La batalla no iba a ser fácil. Y encontró ayuda en aquellos a los que tiempo atrás achacó haberse rebelado contra el reino. Les perdonó sus delitos. Adaptó las normas que regían el territorio para que pudieran hacer todo lo que quisieran, para que nadie pudiera ir contra ellos. Y permitió que los que habían huido a escondidas regresaran como héroes. Todo por pasar una noche más en su palacio, todo por ocultar las debilidades que le podían hacer caer y todo por imponerse a su malvada enemiga.

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